DE PERTENENCIAS, CONTRADICCIONES Y POSIBILIDADES Re-pensando nuestro rol desde/en/con las institucio
- Belén González Romano
- 16 nov 2015
- 4 Min. de lectura

El título de este apartado nos enfrenta al quehacer de nuestro rol y nuestra relación con las instituciones. Mucha de la bibliografía latinoamericana desarrolla sus aportes sobre rol de la psicología comunitaria y sobre la dinámica de los procesos comunitarios, pero no mucha tiene en cuenta la pertenencia institucional de aquellos profesionales que estamos insertos a un sistema ya sea de salud, educacional, organizacional, etc. y de cómo esto influye –o no- , condiciona o posibilita nuestras prácticas.
Sostenemos que no existe la comunidad ideal pero ¿existe la institución ideal?. Claramente la respuesta es no, y nos enfrentarnos a varias contradicciones, por ejemplo: si la psicología comunitaria busca el cambio y transformación social a través de la participación de la comunidad, ¿cómo lograr esto si lo debemos promover desde instituciones que sostienen una mirada diferente sobre los grupos etarios con los que trabajamos, sobre la participación y lo que se espera de nosotros como profesionales? ¿O cuando los intereses y deseos de la comunidad van en el sentido opuesto de los que las instituciones a las que pertenecemos consideran que es lo “mejor” para ellos?.
Una institución educativa donde los directivos sostengan que el problema principal es la ignorancia de los padres, una institución de salud donde varios profesionales piensen que los adolescentes y jóvenes son un peligro o que la participación de la comunidad es acompañar acciones que se proponen desde el área de la salud, un programa desde alguna política pública que tenga que realizar acciones con bajo presupuesto; son posibles escenarios desde los que nos puede tocar trabajar.
Al respecto, encuentro pertinente unas frases de 1993 del pedagogo Paulo Freire que nos puede ayudar a reflexionar sobre estas contradicciones, nuestro posicionamiento y posibilidades:
"Encontramos como si estuviéramos experimentando una ruptura de cada uno en sí mismos, en sí misma. Una especie de esquizofrenia profesional, que nos hace mal, que nos hace estallar. En cierto momento no sabemos si somos leales al organismo que nos paga y que nos pide -no a través de un lenguaje oral, sino a través de los gestos, a través de la mirada del director, a través del cuerpo, que habla,- nos pide lealtad al reaccionarismo del organismo. De otro, nos sentimos cobrados por el sueño nuestro. Esto es, yo me digo ¿cómo puedo yo soñando con una realidad menos deshumanizante trabajar para una institución deshumanizante?" "Mi sugerencia -no prescripción- es existencial, no vino de la lectura de libros, sino de la lectura de mi propia experiencia política, pedagógica, etc. a lo largo de mi vida: hay que asumir la dualidad…".
Estar dentro de una estructura o institución, que a la vez puede pertenecer a un sistema, con jerarquías, con dependencias de otras instancias, con lecturas diferentes de lo que plantea la psicología comunitaria; si bien nos condiciona en algunos aspectos, también nos habilita. Estamos insertos en un sistema de relaciones de poder que no sólo constriñe, sino también produce. Nos “legitima” en tanto nos permiten por ejemplo llevar a cabo una actividad o “entrar” a un merendero; hay un rol que se nos atribuye, y esta misma pertenencia institucional (y profesional) nos inviste de cierta “legitimidad” y puerta de entrada a muchos “lugares” que tal vez no la tendríamos si fuéramos en calidad de vecino/a.
Por un lado, creo que es fundamental poder visibilizarlo permanentemente para que las convocatorias sean genuinas, para que en el análisis de la tensión (siempre presente) entre horizontalidad y asimetría, se pueda desmitificar o construir con otros un rol diferente de la psicología (comunitaria). Implica tener una vigilancia permanente sobre nuestro accionar ético, ¿estamos promoviendo relaciones más horizontales? ¿Ponemos nuestro conocimiento técnico al servicio de la comunidad?
Por otro lado, ¿deberíamos legitimar nuestras prácticas al interior de estas estructuras? Esto requeriría pensar la justificación de nuestras acciones y de nuestro rol desde programas existentes, desarrollos teóricos, avances de legislaciones, material ya elaborado, buscar aliados y condiciones de posibilidad.
Si bien el cambio en materia de leyes por ejemplo, no determina directamente la transformación en las prácticas, es sustentado en una historia de prácticas y discursos diferente al hegemónico. Pero también sabemos que pensar en estos recursos disponibles no es suficiente.
Como ya dijimos, no pertenecemos a una institución ideal (educativa, de salud, académica, etc), pero (como en una comunidad) así como hay actores que restringen la participación o intentan que nada cambie, también hay potencialidades. En otras palabras, podemos pensar con otros, detectar con qué contamos, quienes cuentan con nosotros, consensuar, conocer, intercambiar.
Retomando a Freire, asumir esa “dualidad” también implica posicionarse y pensar estratégicamente, en sus palabras “medir qué puedo hacer”, o decidir estar dentro o fuera de esas estructuras de poder con las que se concuerda más o menos. Desde una mirada crítica podría plantearse que esto sólo apelaría a prácticas reformadoras, pero desde otra lógica se podría pensar en las transformaciones posibles, tanto a nivel comunitario como individual.
De ahí la importancia del posicionamiento, de la apuesta por lo colectivo que también produce transformaciones o “emancipación individual”, por la participación de las diferentes voces; “vigilando” nuestro poder-saber para no imponer, acallar otras voces o asumir la dirigencia de las acciones, sino para aportar.
Referencia bibliográfica:
Feire, P. y P. de Quiroga, A (1995). “Interrogantes y propuestas en educación. Ideales, mitos y utopía a finales del siglo XX”. Buenos Aires: Cinco ediciones.
Comentarios