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Cuando la intervención nos cambia. Reflexiones en torno al rol como psicólogas Comunitarias hacia

  • Rosario Torres
  • 30 nov 2015
  • 8 Min. de lectura


El presente escrito tiene por finalidad reflexionar respecto a las relaciones de poder puestas en juego en el ejercicio del rol como psicólogas comunitarias, visualizándolas como parte inherente del mismo y como posibilitadoras u obstaculizadoras de procesos de participación y transformación comunitaria. Entiendo que problematizar las formas en las que nos relacionamos, intervenimos, consideramos a los otros con quienes trabajamos, constituye un componente ético esencial desde el paradigma de la Psicología Comunitaria.

Los aspectos que se retoman a continuación surgen de interrogantes que se van planteando en diferentes procesos y momentos de nuestra práctica como residentes de psicología comunitaria en Centros de Salud de barrios periféricos de la ciudad de Salta, concretamente en el Centro de Salud N°26 de Atocha, y fueron posibilitados a partir de pensar y dialogar con otros. Algunos de ellos son: ¿Cómo facilitar procesos participativos genuinos con nuestras intervenciones?, ¿que implica y qué consecuencias tiene proponer e iniciar estrategias de abordaje ante determinadas situaciones problemáticas?, ¿cómo articular a las mismas con procesos en marcha en comunidad?, ¿somos siempre necesarias en procesos comunitarios? reconociendo que tenemos determinado saber ¿de qué manera intervenir para garantizar autonomía respetando y valorando saberes-opiniones- decisiones de los otros?

En diferentes experiencias de trabajo con grupos de la comunidad, entre ellos el grupo de mujeres en el que participo desde sus comienzos en el 2014, insistían preguntas respecto a las relaciones que se establecen entre instituciones y comunidad, a las cuales partía de verlas como relaciones asimétricas que obstaculizaban en gran parte, procesos participativos, o que invisibilizaban potencias y recursos, desde discursos y prácticas tales como “enseñar”, “capacitar” “empoderar”. Estas preguntas insisten desde un proceso situado desde equipos de salud y se ubica en el cruce entre las experiencias de trabajo, las políticas públicas y las características de la población.

Desde esta perspectiva o lectura previa, consideraba a las relaciones de poder como negativas en sí mismas. Es así que, leer a Foucault (1978, citado en Lazzarato, 2006) me posibilitó pensar que las relaciones de poder y diferentes distribuciones de fuerzas indefectiblemente forman parte de las relaciones humanas, y así pasar a centrarme más bien en la modalidad en que estas fuerzas interactúan, en la manera en que se dan las relaciones de poder. Foucault (1978) plantea que las relaciones de poder son relaciones diferenciales entre fuerzas pero que no necesariamente son negativas, porque de hecho no es posible presuponer igualdad entre las fuerzas. En todas las relaciones humanas hay relaciones de poder y las mismas son móviles, reversibles, y siempre posibles de modificar, en tanto no se transformen en relaciones de dominación, que rigidicen y quiten libertad.

En estos términos, una relación de poder es diferente de una relación de dominación. Las relaciones de dominación son relaciones del mismo tipo, sólo que fijas y jerárquicas es decir, que ya no son relaciones reversibles ni susceptibles de ser modificadas.

El autor plantea que las relaciones de poder pueden pasar a establecerse como de dominación a través de las tecnologías de gobiernos, aplicadas mediante tecnologías humanas de control y organización.

Desde este posicionamiento pienso en la importancia de poner en constante revisión nuestro accionar como trabajadores de la salud (y como psicóloga comunitaria) para no funcionar como tecnologías humanas de control. En este punto, muchos de los lineamientos y acciones legitimadas y esperadas desde el sistema de salud pueden convertirse en dispositivos de control y de “normalización” de conductas. Esta interrogación, podría ser una potencia para visibilizar intervenciones y dispositivos que coarten la posibilidad de opinar, decir y decidir de aquellos otros con quienes (y no para quienes) intervenimos.

Este cuestionamiento surge principalmente en relación al grupo de mujeres, propuesto desde el equipo de salud para abordar problemáticas observadas en las consultas asociadas a violencias de género. Basados en esta lectura de la realidad, pienso que plantear al dispositivo grupal como estrategia, constituye una fortaleza como equipo, ya que crea condiciones de posibilidad para pensar, proponer y plantear respuestas más integradas. Sin embargo, al pensar a las mujeres como “destinatarias” de un proyecto (“para fortalecer capacidades de problematización” por ejemplo) no tuvimos en cuenta a las mujeres en su dimensión de potencia, es decir, con capacidades, saberes, estrategias de resolución en la vida cotidiana.

Es así que uno de los objetivos que me propuse como psicóloga comunitaria fue articular entre el grupo y el equipo de salud, trasmitiendo expresiones, sensaciones, sugerencias que iban surgiendo por parte de las mujeres, apostando a la visibilidad y legitimidad al espacio y a ellas en tanto recurso de la institución. De esta manera, la intención era poder establecer una modalidad de relación diferente a la que tradicionalmente sostenemos como profesionales de la salud, al menos entre este grupo y la institución, posibilitando así que ellas puedan decir, proponer, decidir, exigir; y dar a conocer “experiencias en salud” previas.

Uno de los aspectos centrales en el abordaje como psicólogas comunitarias es el de intervenir siempre con otros: con otras disciplinas del sector salud, con otras instituciones y principalmente con la comunidad, reconociendo que es necesaria la acción interdisciplinaria, interinstitucional y el desarrollo de la participación comunitaria para la transformación de situaciones que afectan la salud y calidad de vida de las personas.

Si bien esto es reconocido y sostenido desde diferentes teorías, no resulta simple de concretar en acciones en los ámbitos de intervención, entre otros aspectos por el modelo profesional hegemónico que tiende a posicionar su saber por encima de los saberes cotidianos no-profesionales.

Es así que resulta fundamental reflexionar respecto a nuestro rol en estos contextos, para que el objetivo de participación comunitaria sea genuinamente llevado a cabo. Esto implica una revisión constante de la manera en que nosotros mismos intervenimos, ya que aún con las mejores intenciones y objetivos de transformación social desde la participación comunitaria, muchas veces terminamos negando saberes y capacidades de decisión de los otros.

Desde esta perspectiva, se apunta a la horizontalidad pero teniendo en cuenta que trayectorias, saberes, experiencias son diferentes, e incluso en posiciones desiguales en función a lo que socialmente se reconoce como “válido”. Es por esto fundamental apostar a que todos quienes estamos involucrados en un proceso tengamos la misma posibilidad de decir y hacer. No significa que las capacidades o saberes en torno a determinado tema sean iguales, y es por eso que en el intercambio de aportes radica la potencialidad de trabajar con otros para resolver situaciones complejas. Definimos esta perspectiva como “abordaje horizontal”, lo cual implica que teniendo una lectura de la dimensión de poder presente en las relaciones (posicionamientos desiguales, legitimación de los discursos, etc.) y entendiendo a estas relaciones como flexibles, apuntamos a potenciar la circulación de la palabra y restituir en la relación, la legitimidad que tienen las mujeres para enunciarse frente a los otros.


El compromiso ético en nuestro ejercicio parte de la concepción de los otros con quienes intervenimos: otros con autonomía, derechos, capacidades de resolución y decisión. Esto implica reconocer que sus saberes y experiencias son tan importantes como los que podamos aportar, y que nos enriquecemos, aprendemos y nos transformamos en ese intercambio. Implica aceptar que nuestro rol también tiene que ver con callar y escuchar, que no siempre tenemos que decir algo; y estar dispuestos inclusos a ser cuestionados, aprender, construir y de-construir nuestro rol a partir de esos otros.

En este punto, pienso en la importancia de tomarse el tiempo para conocer y escuchar, tanto en las consultas individuales, como en actividades en terreno. El tiempo destinado a conocer generalmente es adjudicado a algunos miembros del equipo de salud (agentes sanitarios, residentes de psicología comunitaria por ejemplo) y no se legitima como tiempo fundamental de trabajo, por diferentes factores entre ellos la valoración de lo realizado desde la productividad.

Y el conocer que propongo, no consiste en estudiar a otros para diagnosticar o intervenir sobre ellos, sino para comprender, transitando con quienes trabajamos problemas, preocupaciones, logros. Conocer no sólo cómo se vive, qué se hace, sino también cómo se significa aquello que se vive, reconociendo que lo que desde fuera puede parecernos una realidad homogénea es transitada de diferentes maneras.

Entonces nuestras respuestas e intervenciones necesariamente deben considerar significaciones, identidades, creencias, trayectorias, historias de vida, para resultar un aporte a lo que realmente es prioritario en determinado momento y lugar. Y ese aportar, tiene que ver con proponer diferentes modalidades de acción, pensar estrategias, brindar información o espacios para el diálogo y el encuentro; pero también puede consistir simplemente en compartir. Entiendo que es desde este tipo de relación cercana que logra romperse la barrera entre “profesionales” o “instituciones” y la “comunidad”, “la gente”.

Esto implica a su vez, el reconocimiento de que nuestras prioridades no siempre coinciden con las de la población, entonces constituye un desafío poder articular, sumar e intercambiar tanto preocupaciones, como saberes, herramientas, recursos.

Si no conocemos y entendemos lo que más preocupa a la gente en su vida diaria, pueden ser en vano nuestras acciones e intenciones de trabajar por la salud de la comunidad, desde lo que nosotros consideramos fundamental.

Entonces, el conocer y compartir aspectos significativos para la gente, posibilitaría articular con acciones comunitarias en marcha, haciendo visibles estas prácticas como puntos de partida de proyectos de prevención y promoción desde el sector sanitario. Esto implica un cambio en las modalidades que sostenemos, que consisten generalmente en aplicar políticas y programas que responden a priorizaciones provinciales o nacionales, y no locales.

Desde este enfoque, la participación de la comunidad no sólo se refiere a la asistencia a actividades, sino también a la participación en la definición de intereses, problemas y modos de abordaje. Por ello, es que promover la participación no es sólo una cuestión utilitaria para que las propuestas en salud tengan más anclaje, sino que al considerarla como un fin en sí misma, también se está apuntando a la promoción en salud. Así, tanto para la estrategia de APS como para la Psicología Comunitaria, la participación de la comunidad es un eje fundamental para pensar en la salud de la población.


El modo de resolución de problemas, desde la intervención comunitaria, debe acoplarse estructuralmente al modo de resolución de la comunidad. Esto se hace fomentando la salud primordial existente en el área (…) Vamos interviniendo apoyados en procesos colaborativos no ya para reducir la incidencia de un desorden mental controlando sus factores de riesgo específicos, sino para, articulándose al movimiento de las redes comunitarias, ampliar los factores protectores (…) no para evitar sino para posibilitar que ocurra algo positivo en términos de sostener o recuperar el bienestar” (Bertucelli, S, y otros. 2001: 40).

Lo que posibilita el trabajo conjunto para el logro de objetivos de la comunidad, es el establecimiento de relaciones de confianza. Y esta relación de confianza solo se logra cuando se abandona una posición jerárquica o autoritaria (relación saber- poder) por una relación de respeto hacia los saberes populares que permite la circulación de poder. Bertucelli, advierte que la única manera de que se generen cambios es partiendo desde lo cotidiano, que está siendo en el lugar y el tiempo de la comunidad. “Poner en suspenso el bagaje de saberes permite operar en los espacios interculturales, en donde el profesional no se ubica como único portador de cultura” (Bertucelli, 1998 Pag.4).


Para finalizar, retomo estas citas de Bertucelli, a partir de la recurrencia en discursos y prácticas institucionales y profesionales en relación a la comunidad, focalizadas en lo negativo, en “lo que se debe modificar, reeducar”. Entiendo que este posicionamiento se encuentra muy incorporado y poco problematizado en nuestras modalidades de intervención en salud, y que tienen su anclaje en las formaciones universitarias orientadas a “intervenir en lo que no funciona”.

Las diferentes experiencias de trabajo con gente de la comunidad de Atocha me permitieron ir conociendo que ante los diferentes problemas, existen múltiples recursos y estrategias que anteceden a nuestras intervenciones, y que me exigen otra manera de pensar “mi saber”. A su vez, el transitar experiencias, compartir preocupaciones, pensar propuestas con las mujeres, fue consolidando un vínculo cada vez más cercano y de esta manera la posibilidad de discernir, cuestionar, exigir, tanto aspectos relacionados a mi rol, (“hoy Rosario estás malhumorada, estas brava con los chicos”) como a la institución salud (“Deberíamos hacer un rincón para niños, porque no hay lugar para que jueguen, así se hace la espera más aguantable”; “Le ganemos al equipo de la odontóloga por no darnos turnos”).



Bibliografía

  • Bertucelli, S, (1998). “Gestión de Políticas Sociales desde el enfoque de Red”. En actas de /° Congreso Redes y Salud. Rosario.

  • Bertucelli, S, y otros. (2001) Centros de Acción Comunitaria: una nueva y antigua estrategia institucional para generar políticas sociales. En Educación, Salud y Trabajo. Revista Iberoamericana. Co.edición Universidad Nacional de Rosario y Universidad de Extremadura.

  • Lazzarato, M. (2007) BIOPOLITICA, Estrategias de gestión y agenciamientos de creación. Publicación de la Fundación Universidad Central – IESCO. Ediciones “Sé cauto” Fundación Comunidad. Bogotá


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