DECONSTRUCCIONES ACERCA DEL ROL DEL PSICÓLOGO COMUNITARIO EN LOS EQUIPOS DE SALUD: Potencialidades y
- Lic. Andrea Bravo
- 14 dic 2015
- 8 Min. de lectura


El presente escrito tiene como objetivo volcar algunas reflexiones sobre ciertos interrogantes que van surgiendo en las prácticas y funciones que lxs psicólogxs comunitarixs asumen y desarrollan en un Centro de Salud, dependiente de Primer Nivel de Atención del Ministerio de Salud de la provincia de Salta. De esta manera, se intentará articular la praxis cotidiana con algunos conceptos de ciertos autores como Foucault y Rodrigou.
Un concepto que constantemente resuena en las prácticas que se desarrollan, en los discursos, en las reflexiones y en la cotidianeidad del trabajo en el Centro de Salud, tendría que ver con la categoría del rol que implica: “ser motorizador” de acciones en el ámbito comunitario. A partir del recorrido en el Centro de Salud N° 65 de B° 17 de Mayo, ubicado en la zona oeste alta de la capital salteña, fueron surgiendo diferentes interrogantes, los cuales se iban reinventando en la medida en que se re-pensaban y se reflexionaba sobre la práctica y las funciones asumidas en dicha institución: ¿los psicólogxs comunitarixs deberíamos motorizar (todas) las acciones comunitarias (entendidas como prácticas no asistenciales desde el discurso sostenido por el equipo de salud)?, ¿por qué?; ¿cuándo es necesario motorizar?, ¿qué aspectos son necesarios motorizar?; ¿qué nos lleva a asumir el lugar de “motor de acciones, proyectos, ideas” dentro de un Centro de Salud?, ¿qué implica ser motor en la comunidad?, ¿qué implica ser motor en el Centro de Salud?
Siguiendo a Rodrigou, nuestro que-hacer se desprende de la manera de entender la realidad en la que nos desenvolvemos. En este sentido, el rol que asumimos no deriva de la disciplina científica, sino que “rol y campo científicos son construidos mutuamente en el interjuego con las demandas sociohistóricas” (Rodrigou, 2002:58). De esta manera, pensar en la práctica implica necesariamente pensar en la realidad y su lectura como un primer paso, lectura en la cual nuestra intencionalidad y deseos tanto como profesionales como sujetos sociales influyen fuertemente, ya que son variables que se ponen en juego en las lecturas que se realizan. Es por ello que lo que aquí se plantea, se desprende de la experiencia transcurrida en esta institución y su comunidad, como Residente de Psicología Comunitaria.
En este camino, fui buscando hipótesis que se acerquen a posibles respuestas, sin embargo me encontré con otros interrogantes: ¿qué implica ser motor?, ¿por qué podemos actuar como motor de acciones?, ¿qué sería lo específico de nuestro rol en un Centro de Salud? Junto a estas preguntas se acoplan ciertos tintes afectivos, como así también representaciones y significaciones dadas a esta variable de “ser motor”. Así, por ejemplo, para el equipo del Centro de Salud en el cual me desempeño, implicaría ser responsable de ciertas actividades o tareas como planificar, armar charlas educativas, redactar proyectos de intervención, contactarse con la comunidad del contexto en el que nos encontramos insertos, hacer entrevistas, pensar técnicas, preparar talleres de determinados temas, convocar a reuniones, planificar actividades recreativas, y todo lo que implique un contacto con la comunidad, entre otras… características que nos asignan y que asumimos, entendiendo que este saber-hacer que se asocia al área de psicología, podría ser idóneo también de los otros miembros del equipo (médicos, odontólogxs, administrativos, enfermerxs, nutricionistas, asistentes sociales, etc.). De esta manera, se pondría en evidencia la consideración de estas actividades como parte de un quehacer profesional y no como parte de la estrategia de Atención Primaria de la Salud, marco que guía las acciones en Primer Nivel de Atención.
Entiendo que, por las características que definen a nuestro rol, los psicólogos comunitarios podemos desempeñarnos en distintos contextos y ámbitos con particularidades y características diversas; en los cuales el papel asumido en cada uno adquirirá diferentes formas y construcciones del mismo, de acuerdo a las condiciones en las que las acciones se desplieguen. Así en nuestro rol las funciones asumidas serían diferentes de acuerdo a las situaciones que se enfrenten.
De esta manera, “ser motor” sería una cualidad que se naturalizaría como propia de nuestro rol, por las acciones que desarrollamos en el marco del Programa de la Residencia de Psicología Comunitaria. Dependiendo del contexto en donde nos desenvolvemos, esta cualidad adquiriría determinadas características y sentimientos. Sin embargo, continúo preguntándome: ¿qué cosas ponemos en juego en cada uno de estos contextos? y ¿cómo nos posicionamos ante esta cualidad del rol? Así también, surgen interrogantes respecto a los otros profesionales en relación a esta cualidad asignada como propia de la disciplina comunitaria…. si lxs psicólogxs comunitarixs se posicionan como motorizadores en un Centro de Salud, ¿cuál es el rol que asumen los demás profesionales?, ¿cuál es el lugar para las iniciativas dentro de cada profesión?
Nuestro rol, nuestro saber hacer, nuestros conocimientos y las modalidades de abordaje y lectura de la realidad, particularmente ser residentes y estar enmarcados por un programa que habilita para organizar los tiempos de otra manera dentro de un primer nivel de atención (en relación a la asistencia/productividad y números de atención que el sistema exige) y las formación constante en lo comunitario constituyen variables que nos darían ciertas ventajas que indudablemente nos ubican en un lugar diferente al de otros con quienes trabajamos.
Bajo estas condiciones, “ser motor” nos ubicaría en una relación de poder respecto a otros, ya que contamos, por nuestra formación constante como residentes, con un saber específico, que los demás también reconocen, un saber que brinda herramientas y modos de abordajes complejos y abarcativos a las realidades comunitarias que un primer nivel de atención nos enfrenta.
Teniendo en cuenta lo planteado hasta aquí, se podría pensar que “ser motorizador en un equipo de salud” consiste en una potencialidad, si lo podemos deconstruir desde Foucault y las relaciones de poder. De esta forma, las herramientas que ponemos en juego a través de nuestro que-hacer, como motorizar, hablan de un saber acerca de lo comunitario, el cual se manifiesta en las relaciones que establecemos, impulsando acciones para introducir cambios que apunten al objetivo central de la Psicología Comunitaria: la transformación social.
No obstante esto y a partir de las experiencias transcurridas, mi rol en su función de motorizador en el Centro de Salud N° 65, se cristalizaba en acciones consideradas “comunitarias”, y presentadas como responsabilidad del área de psicología, quedando en la “buena voluntad” de los demás profesionales ayudar a desarrollarlas, poniendo en evidencia la nociones que dejan ver a la APS desde el lente asistencial. Frente a esto, me encontraba con posicionamientos opuestos, ya que esta cualidad de motorizador, remitiría a dos variables diferentes; por un lado la vitalidad (dinámica, pone en movimiento) y por el otro, representaría una parte central en los equipos de salud para poder desempeñar las tareas que un Primer Nivel exige, desde la estrategia guía. A partir de esto, se podría pensar que el desafío se encontraría en la posibilidad de construir una modalidad de abordaje y de acción que permita conservar la vitalidad, el movimiento y dinamismo, pero que a la vez posibilite que lxs psicólogxs comunitarixs puedan correrse de la centralidad (responsabilidad de generar acciones comunitarias). Ante esto me pregunto: ¿qué se entiende por comunitario desde APS?, ¿desde qué perspectiva se abordaría la salud siguiendo la estrategia de APS? y ¿qué se podría hacer para que la lógica “comunitario=psicología comunitaria” sea distinto?
Retomando los aportes de Foucault, se podría pensar en las tecnologías disciplinares como dominantes en las acciones desarrolladas en el Centro de Salud; en este sentido, la vida y las dinámicas institucionales se compartimentarían en áreas: el médico curaría y trataría afecciones, la nutricionista enseñaría alimentación saludable y lactancia materna, y lxs psicólogxs (sobre todo los comunitarixs) nos encargaríamos de aquello que refiera a la comunidad. Así, la manera de definir lo comunitario, se encontraría teñido de aquellas lógicas hegemónicas que caracterizan al sistema en el que nos encontramos inmersos, el cual lleva a ver lo comunitario como algo estático y homogéneo; en este sentido, esta mirada cristalizada intervendría en aquello que se considera “comunitario”. Aquí podría aplicarse el concepto que Foucault denomina “biopolítica”, entendido como la forma de control sobre la vida de los seres humanos a través de distintas regulaciones, en este caso, en la vida las profesiones y las modalidades de abordaje aparecerían segmentadas según lógicas disciplinares.
Así se podría observar diversas vertientes en la construcción del rol de lxs psicólogxs comunitarixs en un Centro de Salud, es decir, además del rol que particularmente construimos en las prácticas, también nos enfrentamos al rol que los otros nos atribuyen y que asumimos. Estos atributos que nos designan, estarían determinadas por las lógicas disciplinarias dominantes, las cuales establecerían los modos de hacer. De esta manera, en términos de Foucault, este dispositivo disciplinar de control, se constituiría como instrumento de producción subjetiva de miradas y tareas segmentadas en la cotidianeidad del quehacer institucional, desde las cuales a cada profesional o trabajador le corresponderían determinadas funciones frente a roles construidos en las relaciones que se establecen como estructurados y estáticos, basados en áreas de conocimiento, desde las cuales se establecerían estas relaciones.
Asimismo, en la práctica junto a diferentes miembros de la comunidad, el rol como motorizador de acciones estaría revestido de otro tinte. Así, las experiencias con las que me fui encontrando me permitieron visibilizar que en la comunidad, en los grupos con los que trabajamos y compartimos vivencias y vínculos especiales, actuamos muchas veces como nexo entre las ideas y la acción para concretar esas ideas, al igual que en el Centro de Salud; sin embargo, la diferencia radicaría en las posibilidades de libertad y de toma de decisiones, ya que en la comunidad no dominarían las lógicas disciplinares. En la comunidad, el trabajo sería “con” los otros; en cambio en el CS, en ciertas ocasiones me encontré pensando acciones en soledad y realizándolas como si fuera un “trabajo por encargo”.
En la comunidad también se establecen relaciones de poder, a través de las acciones que llevamos a cabo. Si bien, lo disciplinar nos atraviesa, desde el modo de presentarnos, desde la pertenencia a una institución reconocida y legitimada, es el trabajo con la comunidad y el ejercicio de poder allí desarrollado y puesto en juego lo que permite la concreción de acciones (motorizar acciones) para modificar otras. De esta manera, en este contexto particular, motorizar ya no sería equiparado con responsabilidad profesional sino entendido como “impulsar”, “ayudar a concretar” y “poner en acción” ideas y proyectos.
Esto que Foucault denominaría como ejercicio de poder bajo condiciones de libertad, desde la psicología comunitaria podría entenderse como problematizar y desnaturalizar para lograr cambios y transformaciones. De esta manera, en la comunidad ponemos en juego un saber-hacer a través de dispositivos y herramientas desde lo disciplinar, legitimados en la comunidad por nuestra pertenencia profesional e institucional, sin perder de vista el desafío de no quedar cristalizados en una relación de poder que invisibilice otros saberes y que obture otros posibles motorizadores.
Retomando aportes de Rodrigou (2002), lo importante no sería la adjetivación del rol o ponerle un rótulo a lo que hacemos, sino el foco estaría en nuestro hacer que parte de las lecturas de la realidad; en este sentido, no importaría qué tanto motorizamos si podemos acompañar y aportar herramientas facilitadoras de procesos de cambios y con ello acciones que guíen los objetivos que construimos con otros.
Lo esperado desde el sistema versus lo inesperado de nuestro rol, lo específico versus lo inespecífico y lo determinado versus lo indeterminado de nuestro que-hacer, serían variables que llevan a la formación de nuestro rol y de la percepción de lo que hacemos. Lo más importante con lo que contamos como psicólogxs comunitarixs es que nuestra formación nos permite ir más allá de las lógicas que gobiernan los sistemas y los quehaceres, y actuar más allá de lo esperado, a través del ejercicio del poder que nuestro saber legitima. De este modo, ante discursos deterministas buscamos introducir cambios y preguntas (problematizar), romper con naturalizaciones, proponer acciones más abarcativas que rompan con lo lineal y los reduccionismos, a través de modos de trabajo diferentes. Asimismo, otra particularidad importante de nuestro rol está relacionada con un posicionamiento ético diferente. Es la recuperación y revalorización de las miradas de los otros lo que enriquece nuestro que-hacer, entendiendo por “otros” a profesionales, instituciones, grupos de la comunidad, reconociéndolos como sujetos con problemáticas pero sobre todo con recursos y capacidades que les permiten desarrollar estrategias para resolverlas.
Nuestro rol permitiría y aportaría a la problematización de aquello que se considera “comunitario” desde las distintas miradas de los equipos de salud. Sin embargo, aparecen y hacen eco otros interrogantes: ¿cómo se podría promover acciones y movimientos dentro del equipo de salud para que puedan posicionarse frente a sus propias motorizaciones? Creo que sería interesante, que los miembros de los equipos de los Centros de Salud, puedan visualizar los aportes que cada uno otorga a las dinámicas que caracterizan el que-hacer institucional, en el que cada uno es motorizador de lo que allí acontece; como forma de evitar las “ritualizaciones” de las formas del hacer, entendidas como naturalizaciones de las prácticas y concepciones (Rodrigou, 2002). Así, se podrían descubrir y redefinir en la práctica las singularidades que posibiliten replantear el que-hacer de cada miembro del equipo en un Primer Nivel de Atención.
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