Intersectorialidad: ¿acciones integradas o adiciones desarticuladas?
- Psic. Fernanda Robles
- 11 ene 2016
- 11 Min. de lectura



El sector salud se encuentra incluido en una trama social más amplia, formando parte de un contexto histórico particular. Por tal motivo, no podemos dejar de considerar las implicancias de esta realidad en nuestro accionar cotidiano. Como organismo del Estado, el sector salud, se relaciona inevitablemente con otros sectores, sin embargo para considerar que existe trabajo intersectorial es preciso tener en cuenta otras variables.
Nirenberg (2005) afirma que “La intersectorialidad supone un trabajo coordinado entre actores de diferentes áreas sectoriales, con vistas a objetivos comunes, consensuados entre todos” (p.6). Esta definición nos lleva a pensar en que, el hecho de trabajar con otras instituciones presentes en la comunidad no implica necesariamente que exista trabajo intersectorial, para que esto ocurra es preciso la coordinación de actividades que tengan como fin alcanzar objetivos comunes.
Tarea nada fácil si consideramos que para consensuar objetivos compartidos inevitablemente se ponen en juego necesidades, relaciones de poder, intereses y cuestiones políticas. En cada una de las instituciones presentes en los diferentes sectores (salud, educación, seguridad) se observan jerarquías establecidas previamente, saberes académicos y populares definidos y modos de relación determinados. Ante las tensiones inevitables generadas por estas diferencias, constantemente se deben consensuar acuerdos, siendo los mismos, indispensables para la creación de líneas comunes de trabajo.
Una de las posibles dificultades que se observan para la creación de estos consensos, es la insuficiente preparación en los estudios de grado de los profesionales de los diferentes sectores, para trabajar con otras instituciones de la comunidad. La formación académica tanto en el campo de la salud como en el educativo suele centrarse en temas relacionados específicamente su área de intervención, con el objetivo de educar en un caso y curar en el otro. Sin embargo, la complejidad de las problemáticas sociales actuales en las que se ven involucrados los miembros de las comunidades principalmente las violencias, los suicidios y las adicciones. Son problemáticas que solo pueden ser abordadas desde una visión integral de los mismos, ya no como pacientes o alumnos sino más bien como seres bio-psico-sociales.
Nirenberg (2005) destaca el trabajo intersectorial como una posible forma de hacer frente a las limitaciones de la formación profesional, antes mencionadas “La intersectorialidad constituye una estrategia que procura superar la fragmentación de las acciones en pro de abordajes más integrales” (p.6). En base a este aporte, considero de fundamental importancia que las relaciones intersectoriales entre salud y educación se enfoquen en ampliar la calidad de vida de la población y no solo en resolver o evitar patologías específicas.
A las personas que anhelamos trabajar en red con los diversos sectores presentes en las comunidades, se nos presenta el enorme desafío de articular acción, esto nos exige cambiar nuestras modalidades de intervención para empezar a:
Aceptar nuevas demandas, que en muchos casos van más allá de los límites del área de responsabilidad que tenemos asignado.
Reducir tiempos de acción, debido a lo apremiante de muchas problemáticas sociales actuales, que requieren tiempos diferentes a los institucionales.
Flexibilizar posturas, tratando de llegar a acuerdos con los demás sectores, para que las acciones no terminen generándose por la suma de opiniones individuales.
Aceptar la imposibilidad de consensos absolutos, considerando como fortaleza de la redes la diversidad de posturas ante un mismo tema.
Revalorizar los saberes de las comunidades en relación a sus propios problemas, reconociéndolos como sujetos activos capaces de tomar decisiones, en relación a sus propias realidades.
Ante los desafíos que se presentan frente estas realidades complejas surgen los siguientes interrogantes ¿Cuáles son los obstáculos que dificultan el consenso de acuerdos intersectoriales, para alcanzar los objetivos propuesto en los proyectos entre instituciones? ¿Cómo diseñar estrategias que logren sortear estos obstáculos para alcanzar articulaciones reales de trabajo entre los diferentes sectores?
Nirenberg (2005) afirma que la estrategia del trabajo intersectorial puede ser vista como un proceso gradual, que conviene desarrollar por etapas para ir ganando mayor profundidad a lo largo del tiempo. Por tal motivo, es necesario programar esos procesos intersectoriales que lejos de producirse en forma espontánea, requieren de intensas acciones de estimulación, previsión, acompañamiento y evaluación. En base a estos aportes, nos es útil pensar que aprender a trabajar desde salud con otras instituciones de la comunidad es un proceso gradual; Y cada una de nuestras intervenciones es el inicio de la construcción de posibles redes intersectoriales, en las que se podría abordar la salud de una manera más integral. Debido a que las problemáticas sociales que emergen en la actualidad, van más allá de los límites intersectoriales.
Las Comunidades como posibles espacios generadores de redes
“Las redes sociales han existido desde siempre dentro de una realidad dinámica y cambiante, asumiendo diferentes formas de relación, interacción, comunicación e intencionalidad. Lo importante es que los propios actores involucrados en esas organizaciones tomen conciencia de la existencia de esas redes…” (Dabas y Perrone; 1999).
En la actualidad al analizar las realidades comunitarias, desde las disciplinas sociales, surge un creciente interés hacia los recursos derivados de las relaciones entre los actores sociales. Priorizándose en intervenciones comunitarias un “Enfoque de Red”.
Teniendo en cuenta los aportes de Arango Cálad (2003) en relación a las distintas definiciones del término redes sociales, las mismas pueden clasificarse como “redes informales de apoyo social” entre los miembros de una comunidad y las “redes formales de acción” constituidas entre sus respectivas instituciones y organizaciones sociales. Dicha clasificación nos invita a interrogarnos sobre las posibilidades de articulación entre los diferentes tipos de redes con las que cuenta la comunidad.
Las redes informales de apoyo social presentes en la vida cotidiana de las personas son definidas por el autor como “El conjunto de interacciones y vínculos construidos «espontáneamente» por un conjunto de personas que comparten un mismo espacio en un mismo período de tiempo. La relación cara a cara seria lo característico de este tipo de redes” (p.14).
Bang y Stolkiner (2012) retoman los aportes de Piselli (2007) para afirmar que las comunidades no son lugares que pueden ser circunscriptos espacialmente, sino que son redes sociales que pueden ramificarse en diferentes direcciones. Las mismas se forman en “…espacios definidos por formas específicas de interacción que, a su turno, organizan interacciones sociales, dando forma a dinámicas específicas y patrones del contexto social” (ídem, p.19).
Desde esta perspectiva, para conocer las comunidades es necesario conocer primero los espacios en los que se forman las redes sociales que las componen, reconociéndolos como recursos comunitarios. Por tal motivo, a continuación se presenta con fines explicativos, una clasificación de espacios generalmente presentes en los barrios, entre los que se destacan los recreativos, los religiosos, los saludables y los organizativos.
Espacios organizativos comunitarios:
Los espacios organizativos comunitarios son definidos por Blanes, Cedron y Cherine (2004) como espacios alternativos a las estructuras oficiales, “…espacios dinámicos en los cuales prima lo organizante, las actividades a partir de las cuales los sujetos se nuclean para dar respuestas de manera colectiva a sus necesidades” (p.58).
Actualmente, pueden apreciarse en los barrios Centros Vecinales que organizan reuniones con el objetivo gestionar la resolución de conflictos sociales que afectan lo cotidiano, como por ejemplo el consumo excesivo de sustancias o la falta de servicios básicos. Sin embargo, suele suceder que la concurrencia a estas reuniones es limitada, en la mayoría de los casos solo concurre la comisión directiva y en algunos casos unos pocos socios. Ante esta realidad cabe preguntarnos: ¿qué hace que los vecinos no concurran a estos espacios? ¿Qué imposibilita la participación comunitaria en los mismos?
Fernández Peña (2005) afirma: “Algunos autores señalan que para que una red social sea efectiva, no sólo es necesario que exista desde un punto de vista estructural sino también que las personas/nodos que formen parte de la red, tengan la habilidad, conocimiento y motivación suficiente para proveer soporte, de lo cual se sigue que no todos los nodos serían “operativos” para la provisión del mismo” (p.10).
Los aportes de este autor nos ayudan a pensar que la efectividad de estos espacios no depende sólo de su existencia concreta, si bien las comunidades reconocen a los centros vecinales como instituciones presentes en los barrios, en muchos casos no son considerados como espacios de micro-acciones vecinal o de autogestión. Esto les imposibilita constituirse en una red social que potencie la participación comunitaria. Dicha participación es definida por Rodríguez y Da Silva (2006) como “…ejercicio del poder, el cual está arraigado en el ser mismo, destacando el acento del poder hacer y el poder decidir” (p.7).
Considerar la participación en su carácter político, al resaltar la capacidad de los sujetos para modificar estructuras de poder a través de un posicionamiento activo, tanto en su hacer como en su decir, nos remite a una participación que va más allá de la concurrencia a una reunión o la firma en un libro de actas. Interrogarnos sobre los posibles determinantes que imposibilitan la real participación comunitaria en estos espacios, permitiría potencializarlos como recursos importantes de la comunidad.
Espacios Religiosos:
Más allá de las diversidades de credos presentes en los barrios y de los lugares físicos en los cuales sus iglesias se establecen, los espacios religiosos constituyen redes informales de apoyo de gran importancia para los miembros de las comunidades, a través de la creación de vínculos construidos «espontáneamente» como un medio para satisfacer necesidades emocionales y afiliativas. Éstas últimas, se satisfacen en la posibilidad de compartir una misma fe, al ser espacios que generan vínculos fraternales, posibilitando el sostenimiento subjetivo de sus fieles y una identificación compartida. Los lazos de solidaridad, presentes en estos espacios van contra del individualismo propio de la modernidad, por lo cual podrían pensarse como modos de mutualidad significados por sus miembros como “servicio a los demás”. Otras características distintivas de las redes de apoyo mutuo que se construyen en los encuentros religiosos, son las definidas por Arango Cálad (2003) como satisfacción de necesidades emocionales, tales como compartir sentimientos o problemas emocionales, o resolver frustraciones. Por ejemplo, a través del acompañamiento y orientación familiar.
En un interesante estudio sobre cultura popular y religión en Latinoamérica Seman (1997) hace referencia a las significaciones subjetivas de estas prácticas colectivas: “…el movimiento que potencia el encantamiento de la religiosidad popular, promueve la reactivación de una lógica según la cual la relación con Dios se constituye más fuertemente a partir de las prácticas colectivas” (p.11) reafirmando la importancia del encuentro como base para una buena relación con Dios. Por tales motivos considero que, la religión en los barrios no es un sistema de afiliaciones individuales, sino que tiende a propiciar un sentido de pertenencia a través del “nosotros”.
Espacios Recreativos:
Los espacios recreativos presentes en los barrios son diseñados en su mayoría por sus instituciones (iglesias, comedores, centros de integración comunitaria y centros vecinales) principalmente para niños. Estos espacios además de promocionar el juego y la diversión, posibilitan el establecimiento de vínculos inter e intra generacionales, en los que sus integrantes pueden sentirse valorados y aceptados por los demás. Esto se logra través del establecimiento de lazos sociales que generan un sentido de pertenencia que les posibilita la construcción de identidades compartidas.
Ahora bien, ¿Qué pasa con los niños que no forman parte de estos espacios por no concurrir a ninguna de estas instituciones? ¿Qué otras posibilidades tienen, considerando que los espacios recreativos para niños son un derecho? Y, a su vez, ¿Que espacios en la comunidad propician la recreación en otras etapas vitales?
Espacios Saludables:
Los espacios saludables no son solo los creados y sostenidos desde instituciones de salud para personas con alguna patología específica, también las comunidades construyen espacios que tienen por objetivo el cuidado de la salud desde otro lugar, por ejemplo las clases de yoga gestionadas por mujeres del barrio o clases de baile y gimnasia organizadas por ellas mismas. Estos espacios propician la creación de redes informales de apoyo que se observan en la manera espontánea en que sus integrantes se van constituyendo como agentes promotores de salud. Agentes que dinamizan hábitos saludables entre sus compañeros, previenen enfermedades y en algunos casos les sugieren que asistan al Centro de Salud, siendo estas redes beneficiosas para la salud integral de los participantes.
Para concluir este breve análisis sobre los diferentes espacios presentes en las comunidades, considero que reconocer como recursos las estrategias que utilizan para mantener su salud, nos posibilita crear acciones conjuntas que no se superpongan ni sean opuestas con las concepciones de salud y enfermedad de estos actores sociales. Valorizar estos espacios nos permitirá repensar estrategias de accesibilidad y modos de vinculación más acordes a las particularidades de cada comunidad.
Reflexionar sobre las posibilidades de encuentro desde lo micro, en las conversaciones cara a cara, en las pequeñas reuniones improvisadas de vecinos, en los festejos espontáneos de fin de semana o en salidas diarias a jugar en la vereda, posibilita percibir como recursos de la comunidad, la potencialidad de estas pequeñas pero múltiples redes. A su vez, reconocer la diversidad y la complejidad de los espacios que en las comunidades propician la construcción de redes de ayuda mutua, nos abre la posibilidad de valorizar la trayectoria de los vecinos en relación a la construcción de redes sociales, sabiendo que lo construido en común es la base para pensar lo comunitario.
Redes en Salud y su relación con las redes de la comunidad
Dabas y Perrone (1999) destacan que tradicionalmente cuando se habla de redes en salud se pensaba en la red de establecimientos ‘como sistemas escalonados de complejidad creciente’. Actualmente, se observa una tendencia a caracterizar a las redes sociales como modalidad de intervención, lo cual nos permite pensar en este tipo de redes como sistemas abiertos de interacción no solo entre instituciones, sino también con las demás redes presentes en la comunidad.
Desde una perspectiva asistencialista los profesionales de la salud, en ciertas ocasiones, apostamos a valernos de nuestros propios saberes para construir estrategias de intervención útiles para alcanzar nuestros objetivos. Así, por ejemplo si consideramos que una comunidad necesita mayor conocimiento sobre alguna temática relacionada con su salud, automáticamente buscamos la manera de proporcionarle esos conocimientos.
A su vez, desde una perspectiva cuantitativa, esta mayor distribución de información a la comunidad es considerada una estrategia óptima, que debería desembocar linealmente en un mayor índice de personas sanas. Sin embargo es habitual ver en los servicios agentes de salud desilusionados de sus arduos esfuerzos por mejorar la salud de la comunidad. Ante estas sensaciones de impotencia frecuentemente expresadas por los miembros de los equipos cabe preguntarnos ¿Qué hace que no podamos percibir los frutos de nuestros esfuerzos en relación a fomentar la salud de la comunidad? ¿Con que vara se miden los frutos de dichos esfuerzos? Y por último, ¿en qué medida estos posicionamientos asistencialistas y cuantitativos dificultan nuestro accionar como co-constructores de espacios generadores de salud?
A continuación se expone una intervención de un equipo de salud (en un primer nivel de atención) ante un caso de suicidio adolescente, con el objetivo de reflexionar sobre estos interrogantes: Frente una situación tan desestructurarte para un grupo de amigos, como lo fue la perdida de uno de sus integrantes, los mismos decidieron hacer un altar en el lugar donde acostumbraban juntarse. Con el objetivo de acompañar a los jóvenes en este momento tan doloroso para ellos y prevenir nuevos caso, el equipo de salud decide acercarse al lugar a compartir un refrigerio y hablar con ellos, preguntarles cómo estaban y ofrecerles su ayuda en el caso de necesitar algún acompañamiento ya sea grupal o individual.
Dejar de lado la lógica asistencial de las cuatro paredes, en la que solo se atiende con turno e ir a ese lugar, acercarse a compartir con ellos ese difícil momento, es una manera de un revalorizar las redes que los grupos establecen por sí mismos y que en este caso funcionaron como medios para elaborar un duelo. Lo cual lleva a preguntarnos ¿qué hubiese pasado si el equipo intervenía sin tener en cuenta las redes que esta comunidad ya tenia para afrontar sus problemas? ¿Qué estrategias se hubiesen usado si no se tenían en cuenta la red de vínculos socio-afectivos que sostuvieron a estos jóvenes en el momento de elaborar un duelo?
Bertuccelli (1998) afirma “Para pensar en redes se debe poder ver cuáles son las relaciones que la gente del lugar establece. Ya que las personas constituyen una red en sí misma”. Pensar las redes de esta manera, nos posibilita revalorizar las redes que las comunidades construye cotidianamente (en base a sus propios intereses y necesidades) antes de diseñar proyectos que las involucren. Teniendo en cuenta las particularidades de las mismas e interviniendo base a esto, para que nuestras prácticas no se superpongan, ni sean opuestas a lo que viene siendo en la comunidad.
Arango Cálad (2003) afirma “Las redes sociales poseen una autoorganización previa a la intervención en red que debemos reconocer y potenciar” (p.14). Lo que nos recuerdan que la comunidad, entendida como redes sociales que se construyen en espacios definidos por formas específicas de interacción, nos pre-existe y tiene sus propias modos de autogestión, por lo tanto deben ser conocidos y respetados a la hora de comenzar a trabajar con ella.
Para seguir pensando…
¿Qué otros autores podrían ayudarnos a reflexionar en relación a la complejidad del trabajo intersectorial?
¿Qué tipo de intervenciones podrían promover el consenso de acuerdos entre los diferentes sectores presentes en una comunidad, con la finalidad de alcanzar objetivos comunes?
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