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Deconstruir y reconstruir aprendizajes

  • Solana Sagués
  • 14 mar 2016
  • 8 Min. de lectura

“De nuestros miedos nacen nuestros corajes

y en nuestras dudas viven nuestras certezas.

Los sueños anuncian otra realidad posible

y los delirios otra razón.

En los extravíos nos esperan hallazgos,

porque es preciso perderse para volver a encontrarse”

EDUARDO GALEANO








Al momento de llegar al final del recorrido como residente se nos propuso desarrollar una revisión crítica de nuestras prácticas en cada momento, teniendo como eje la desnaturalización del rol del psicólogo comunitario. A partir de esta sugerencia es que he realizado este apartado con la idea de revisar distintos momentos por los que atravesé, intentando realizar una evaluación crítica y deconstruir presupuestos, entendiendo que este modo me permitirá continuar construyendo el rol del psicólogo comunitario.


Como residente atravesé por muchos procesos tanto con el equipo del Centro de Salud, comunidad, entre ambos, con otras instituciones, etc.

Por ello elijo tres ejes principales para postular dicha revisión crítica: el trabajo en equipo, “necesidades” y tensión en el hacer clínico-comunitario.


¿Qué implica des-naturalizar?


Resulta indispensable conceptualizar para entender desde donde se piensa. La desnaturalización es conocida como una herramienta e instrumento de la psicología comunitaria, pero puntualmente ¿qué es desnaturalizar?


Montero (2004) lo define como el:

Examen crítico de aquellas nociones, creencias y procedimientos que sostienen los modos de hacer y de comprender en la vida cotidiana, de tal manera que lo naturalizado sea desprovisto de su naturalidad mostrando su carácter construido. Consiste en problematizar el carácter esencial y natural adjudicando a ciertos hechos o relaciones, revelando sus contradicciones, así como su vinculación con intereses sociales o políticos (p. 139).


En mi construcción personal agregaría a este concepto su vinculación con nuestra propia subjetividad puesta ahí, que atraviesa los procesos, en donde el crecimiento y madurez personal y profesional entran a jugar en nuestro rol.

Otro autor Barri (2008) postula que “se entiende por naturalización algo que se considera natural pero no lo es, algo que en realidad es una construcción humana” (p. 1).

Es oportuna la comparación con ciertas “características per se” atribuidas al psicólogo comunitario, es decir aquello que otros esperan de nuestro rol. Entre estas podemos mencionar el lugar que se atribuye como motorizador de procesos. Cabe añadir, que con esto hago referencia a mi experiencia como residente en el contexto de Salud Pública en donde habitualmente el trabajo en terreno, puertas afuera del Centro de Salud es adjudicado a algunos miembros del equipo como residentes, agentes sanitarios y los “comunitarios” principalmente a quienes se los entiende como responsables de llevar adelante el trabajo comunitario.

Esto implica desconocer que el rol del psicólogo comunitario se construye en realidades políticas, históricas, sociales, económicas particulares, es decir anclado en la realidad en la que se desempeña.


Revisando el camino…


A partir de una lectura de los cuadernos de campo y evaluaciones me encuentro con distintos momentos dentro de mi recorrido como residente.

Repensando y remirando uno de los ejes en los que puedo encontrar cambios en mi posición con el proceso fue el concepto de trabajo en equipo.

En un primer momento sostenía mi concepto en autores como De la Aldea (2000) quienes consideran al trabajo en equipo como un modelo para pensar los distintos modos de intervención, que es necesario sostener y que esto supone una política.

Ahora me pregunto ¿qué implica sostener?, ¿cómo se sostiene?

En mi experiencia el tiempo fue posibilitándome aprendizajes sobre lo que implica el trabajo con disciplinas, saberes, posiciones, expectativas diferentes, del esperar y respetar el tiempo de los otros, de instituciones y sujetos.

Esto fue creciendo a medida que formaba parte de otros procesos, a los que reconozco como espacios potenciadores el trabajo en equipo. Puedo reconocer distintas cuestiones que me permitían seguir apostando y sosteniendo determinados espacios. Primero la comodidad con la que me sentía y los vínculos afectivos que se construyen entre los distintos actores, que facilitan el trabajo cotidiano.

En segundo lugar, lo que uno sostiene también se ve influenciado por imaginarios como aquel que circula que “dejar de formar parte de un proceso significaba que “no funciono”, que “fracasó” tanto el trabajo como objetivos del residente”.

Este imaginario, responde a expectativas a nuestro rol que comúnmente se realizan como por ejemplo: de motorizar, de intentar que funcionen, de agotar todas las posibilidades y también por el concepto ideal del trabajo en equipo, que en momentos se acerca a un “deber ser”.

El animarme a cuestionar en las co visiones[1] mi rol, mis objetivos, el para qué y por qué continuaba en estos espacios y proyectos, me permitió desnaturalizar este imaginario posibilitando pensar que el formar parte de un proyecto debía ser una apuesta y construcción conjunta y por esto no puede depender de una única persona.

Esta desnaturalización género cambios en mis posiciones entendiendo que para que los proyectos, espacios se sostengan es indispensable pensar en y con los otrxs que trabajamos. Y reconocer que estos otrxs tienen momentos personales y profesionales que como sujetos en momentos facilitan o dificultan esta construcción.

Esta postura también me permite pensar en la importancia de respetar las decisiones y momentos de otrxs en lo que acontece.

Todxs tenemos y traemos distintas modalidades aprendidas a lo largo de nuestra historia. Desde la formación de la residencia por ejemplo postulamos momentos de planificación, evaluación como modos y parte del proceso de llevar adelante el trabajo en equipo. En ocasiones estos modos no concuerdan con los de otrxs y esto no significa que sean correctas e incorrectas sino que implica entender y aceptar que existen otros modos, que muchos funcionaban previa a nuestra llegada. Esto me llevo a aceptar la libertad del otro en elegir su modo.

Ahora bien, si planteamos respetar y unirnos a lo que viene sucediendo en relación a la comunidad ¿porque no entenderlo también en los equipos de los centros de salud?, ¿porque intentar modificar modos de trabajo que nos preexistian?, ¿qué implica pensar en un hacer-juntos?

Este respetar la libertad también se presentó en el trabajo con la comunidad, lo cual requirió de mi parte aprender a respetar las decisiones de los demás aunque no sea lo que nosotros haríamos.

Lo más importante fue desnaturalizar que el mayor fracaso en un proceso era no dejar una huella; una huella que abre la posibilidad de elegir con toda libertad otra modalidad, esa es la verdadera construcción y apuesta.

Recuperando la pregunta ¿qué implica sostener?, ¿cómo se sostiene? Entendí que a lo largo de los procesos forman parte en distintos momentos diferentes actores, la vecina que asiste a algunas reuniones “para conocer”, la doctora del centro de salud que se acerca a proponer un taller. Esto es lo grandioso de trabajar en proceso y es parte de la fluidez de los mismos.

He aprendido que existen distintos modos de continuidad de los actores en un proceso y así pude visualizar que la continuidad de trabajo de una persona no depende únicamente de la presencia física, sino que en ocasiones la “ausencia” permite la consolidación de redes y vínculos previamente construidos con los grupos y esto en mi proceso particular fortaleció la relación y reconocimiento del recurso humano y profesional que significaban dichos actores.

Otro aprendizaje fue poder mirar a los proyectos como oportunidades de trabajo con otrxs y principalmente como puertas de entrada al equipo de salud pero también a la comunidad, a las instituciones y que esto implica que nos reconozcan desde acá.



El segundo eje que profundizare es en relación a la lectura de las “necesidades”, que en el caso del proceso de la residencia se aboca principalmente al momento de lectura de la realidad comunitaria.

Para esto fue necesario agudizar la mirada y entender que las necesidades se presentan en aquello que nos cuestiona, que nos asombra, en el consultorio, en el pasillo, en la vereda.

De este modo fui desnaturalizando la idea de que las necesidades son dichas como tal, expresadas como a veces esperamos “me gustaría que en mi barrio…” o “lo que yo necesito”. Así es que me encontré con motivos latentes de consulta psicológica que eran repetidos: la violencia de género, pautas de crianza. Estos son aspectos que inciden en la salud- enfermedad de las personas pero que generalmente no se cuestionan, o no se consideran prioritarios.

Esto posibilitó realizar una lectura epidemiológica en salud mental, lo cual implica leer que estas demandas también responden a una necesidad de la comunidad expresada de un modo distinto al que responderían cuando preguntamos ¿Qué necesidades considera que hay en su comunidad?

A partir de esta lectura decidí apostar a la construcción de proyectos como un modo de responder a la demanda, esto implico la posibilidad de agudizar la mirada y leer entre líneas con otrxs aquello que nos llama la atención, que es desnaturalizar nuestro quehacer diario.

Esto también llevo a enfrentarme a imaginarios como psicóloga en el ámbito de la clínica, en donde aparentemente toda demanda proveniente de la clínica debía ser respondida en la clínica y la demanda comunitaria en lo comunitario. Principalmente por un temor personal de caer en la formación de un grupo terapéutico.

Sin embargo el paso por los grupos me abrió a darme cuenta que nuestro rol, mirada y lugar está determinado por nuestra profesión, la demanda no es de la clínica o de la comunidad sino es una demanda a salud mental y el modo de responder a esto dependerá de la estrategia que elijamos y que otrxs acepten.



El último eje que fui desnaturalizando es en relación a la tensión en el hacer clínico-

comunitario. En esto me encontré en un principio con la idea de que el psicólogo comunitario debe trabajar con poblaciones vulnerables y en situación de exclusión.

Cuando llegue al Centro de Salud quienes me abrieron la posibilidad de trabajar fueron los adultos mayores de Villa San José, el cual no es considerado por salud pública como “área crítica” ni tampoco una población vulnerable. Desde un principio me pregunte por estos criterios de vulnerabilidad, ¿cómo se medían?, ¿quién lo hacía?, ¿qué era lo que consideraban como vulnerable?

Esto significó cuestionar los criterios en un grupo etario al cual no se consideraba como una población destinataria fuera de lo que son las enfermedades crónicas y vacunas.

Desde un principio sostuve la idea de que el rol del psicólogo comunitario no es trabajar en zonas vulnerables únicamente, ya que esto significa continuar marcando una desigualdad. Por el contrario el rol del psicólogo comunitario se trata de una mirada, de un modo en el acompañar, es trabajar con quienes nos habilitan a trabajar y acompañarlos desde acá.

Otro concepto que circula es el de equipo comunitario, estos se conforman en tanto el grupo se reúnen por el motivo de “hacer” para la comunidad. Pero desnaturalizando esta idea, ¿qué implicaría hacer para la comunidad?, ¿el grupo no sería parte de la comunidad?, ¿Por qué se debería hacer cosas para otrxs? Todas estas preguntas me cuestione cuando en mi experiencia esto no me sucedia, sino que los espacios de los cuales participe sostenían como prioridad el bienestar del grupo. Si bien, siempre estuvo abierta la invitación a otrxs, las acciones concretas estaban puestas en el propio bienestar.

Poco a poco vi el potencial de trabajar con estas personas, porque me permitían cuestionar constantemente sus modos y los míos y poner a jugar esto en los grupos. Aceptando y reconociendo modos que me preexisten, y que siempre va a ser la comunidad quien elija el modo, y que en esta elección puede que no sea el nuestro. Nuestro lugar es poner a discutir, cuestionar modos y abrir el abanico de posibilidades permitiendo libertad en las decisiones.

Por último el mayor aprendizaje implicó entender que si nos arraigamos a conceptos ideales de trabajo en equipo, de comunidad, de participación a lo largo del proceso nos produce enojos, frustraciones, desilusiones.

Sin embargo estas emociones y sensaciones han tenido distintos efectos en mí, por momentos me han paralizado, en otros desafiado pero terminaron motorizándome, abriendo la posibilidad de desnaturalizar y cuestionar en conjunto con mis compañerxs y co-visores.

Para terminar, este escrito es resultado del convencimiento personal que en los encuentros y desencuentros de miradas, conceptos, sentimientos tanto con otrxs y nosotros mismos, lo cual significa reconocer la influencia del bagaje personal con sus miedos, angustias, alegrías, aciertos y desaciertos. Entendiendo la importancia de ponerlos en juego, para generar un camino de cuestionamientos y desafíos buscando el aprendizaje.


BIBLIOGRAFIA

  • Barri, H. (2008). Naturalizaciones. Revista critica Medicina. Debates.

  • De la Aldea, E. (2000). El equipo de trabajo, el trabajo en equipo. Fragmentos de clases dictados

  • Galeano, E. (2003). El libro de los abrazos. Editorial SIGLO XXI

  • Montero, M. (2004). Introducción a la Psicología Comunitaria: Desarrollo, conceptos y procesos. Bs. As: PAIDÓS.







[1] espacios de reflexión sistemática acerca del quehacer. Es uno de los pilares de la formación del residente en psicología comunitaria y son construidos conjuntamente con docentes y compañerxs de año.

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