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La Covisión: Un espacio privilegiado para pensar el rol del psicólogx comunitarix.

  • Psic. Ana Lopez
  • 14 may 2017
  • 9 Min. de lectura


La intención de este escrito es compartir algunas reflexiones acerca de un espacio, que en la Residencia de Psicología Comunitaria hemos denominado de covisión y que nos permite pensar, compartir e interrogarnos sobre las intervenciones psicocomunitarias. Desde la Residencia contamos con momentos para detenernos y revisar nuestra tarea, desde una perspectiva crítica, en miras de aprendizajes y crecimientos personales y profesionales. A diferencia quizá, de muchas supervisiones, el dispositivo de covisión implica trabajar desde lo grupal los diferentes procesos que transitamos cada residente en cada contexto particular en que se desenvuelven nuestras prácticas, desde la horizontalidad y el respeto a los saberes producidos entre colegas.

Desde nuestra experiencia, en el equipo de covisión participamos las cinco residentes del año y tres participantes que denominamos “equipo covisor”, conformado por una psicóloga social, una jefa de residentes y una ex residente. Este equipo tiene la función de evaluar la tarea, sobre todo sosteniendo el proceso grupal que se va generando a medida que el grupo se conoce, comparte sus experiencias de trabajo, inquietudes, aportan entre sí. Podríamos decir que el equipo covisor acompaña y construye junto con las residentes estrategias para abordar las contradicciones, ambivalencias, conflictos que genera el trabajo en territorio. El proceso de transitar estas covisiones es fundamental para poder copensar, construir y transmitir nuestra tarea y rol de psicólogxs comunitarixs en nuestros espacios de trabajo. ¿Por qué es fundamental? Porque al compartir con otrxs el trabajo de nuestra cotidianidad, podemos intercambiar miradas, críticas, aportes que enriquecen e impulsan la tarea constantemente. Nos permite trabajar no disociadamente sino pudiendo traer nuestros aciertos, malestares, preocupaciones, angustias en un espacio de respeto donde se interroga el hacer y se da lugar al sentir-pensar.

En este espacio de trabajo, que tiene una frecuencia semanal, las residentes llevamos escenas de nuestra cotidianidad, intentando desplegar allí con otrxs los interrogantes, las tensiones, las contradicciones que nos genera el trabajo, incluso lo que sentimos y cómo nos atraviesan los procesos como psicólogas y como personas. Es por eso que consideramos que las covisiones constituyen un espacio privilegiado en la construcción y deconstrucción del rol y es mi intención en este escrito compartir algunas de las reflexiones-aprendizajes que hemos construido.


“¿Develando el misterio? ¿Qué hace un psicologx comunitarix?”

No se trata de dar una respuesta a estas preguntas a modo de receta o enigma resuelto. Intento jugar con el significante de “misterio” que suele representar la idea de la interrogación constante por el quehacer en la Psicología Comunitaria, constante en el sentido de una autointerrogación permanente de nuestra práctica, pero también por parte de quienes nos rodean. Más que dar una respuesta es importante desplegar algunos aprendizajes que nos permitan seguir construyendo y repensando el campo disciplinar de la Psicología Comunitaria. A medida que vamos transitando diferentes espacios de trabajo como un Centro de Salud, una Red Interinstitucional y Comunitaria, o escuelas de la zona, la presentación realizada ante otrxs tuvo que ver siempre con la posibilidad de delimitar algo de nuestra función allí. Pero a la vez, una incomodidad se nos presentaba cuando enunciábamos que éramos psicólogas comunitarias: ¿qué es lo que hace un psicólogx comunitarix? ¿Cómo ponemos en palabra un hacer complejo que se internaliza en nosotrxs?

En los centros de salud se va legitimando que nuestro hacer está en relación con la poca asistencia en consultorio y una mayor presencia en terreno, pero en otros espacios como en las escuelas, el rol hegemónico del psicologx en el ámbito clínico, hacía que se depositara en nosotrxs la insistencia de “la derivación al consultorio” como única posibilidad de intervención. Esto me llevó a pensar acerca de la noción de asistencia (ad: proximidad; sistere: tomar posición; nt: agente; ia: cualidad) como aquella acción de estar presente y en la noción de existencia (ex: afuera; sistere: tomar posición; nt: agente; ia: cualidad) como el acto de manifestarse en una realidad. Quizá podamos pensar en la tarea de la psicología comunitaria como una asistencia para la existencia. En el hecho de acercarnos, de posicionarnos frente al trabajo como psicólogxs con otrxs, en los espacios donde la vida se desenvuelve. Considero que son escasos los espacios institucionales para pensar y trabajar la tarea que nos ocupa como profesionales de la salud, espacios como los de covisión permiten problematizar el rol y quizá desenquistar o movilizar cuestiones que nos hacen obstáculo a la tarea (a modo de ejemplo las dificultades, situaciones vividas como dilemas, conflictos que se dan en el equipo de salud o en los espacios barriales). Es así que traemos a la covisión nuestras experiencias con talleres con adolescentes, trabajo con mujeres de la zona, con jóvenes, nuestra participación en las redes interinstitucionales para construir entre todxs modos posibles de intervención. La covisión permite repensar los objetivos, sentidos, problematizar nuestras prácticas junto con compañerxs que aportan miradas, críticas y estrategias.

Entonces desde este lugar, acompañada por colegas que ayudan a copensar, fui pensando las intervenciones psicocomunitarias como construcciones que se realizan junto a otrxs para abordar los malestares y las problemáticas que suceden en las instituciones situadas en territorios concretos en donde se producen sentidos en intersubjetividad. Entiendo que en nuestra especificidad como psicólogxs vamos buscando las herramientas que nos permitan leer las realidades y la producción de subjetividad en los diferentes contextos, transformándonos a nosotrxs mismxs en este recorrido. Desde aquí es que nos surgen diferentes interrogantes: ¿cómo se construye el rol del psicologx comunitarix dentro de la institución salud y en interacción con otras instituciones y redes? ¿Cómo se entiende lo comunitario y lo institucional? ¿Cómo se relacionan y constituyen mutuamente? ¿Cómo posicionarse en la complejidad que implica entender a la subjetividad producida en territorio? ¿Cómo reflexionar acerca de las dicotomías que se nos presentan en el trabajo diario como clínico-comunitario, comunitario-institucional, social-individual? Esto constituye un proceso que se atraviesa justamente en espacios de reflexión, en donde los clisé o mandatos como “salir a la comunidad” empiezan a cuestionarse, a repensarse buscando abrir a la complejidad en lugar de cerrarnos en mandatos de actuación o en el deber ser del psicologx comuntiarix.

Ante esto, la instalación de una pausa ante demandas que tienden a ser malestares de una comunidad, o el trabajo con las instituciones que alojan estos malestares, puede constituirse en un modo de hacer que excede a la clínica y que se va configurando en un hacer particular. Esa espera que se instala podemos pensarla en relación con el concepto de Estructura de Demora de Ulloa, en donde hemos ido aprendiendo a romper la significación inmediata que se nos presenta en el campo tanto clínico como en la comunidad. En este sentido, el grupo de la covisión acompañó los tiempos de cada una de nosotras para poder deconstruir los procesos y deconstruir cuestiones que en nosotras mismas operaban como obstáculos epistemológicos y epistemofilicos, para Pichón Riviere, el obstáculo epistemofílico se refiere a las dificultades de índole motivacional o afectiva que se generan ante un nuevo conocimiento, mientras que el obstáculo epistemológico implica una dificultad o confusión asentadas en el proceso mismo de producción de un conocimiento científico. Es de decir, a medida que íbamos conociendo e interviniendo en diferentes espacios, nos iban surgiendo obstáculos, que estaban en relación a dificultades personales dada nuestra propia historia o a dificultades teóricas-metodológicas que debíamos ir deconstruyendo juntxs.

La incomodidad de definir el hacer de la Psicología Comunitaria está en relación con el mismo campo disciplinar, no podemos concebir recetas y perfiles cerrados dado que las intervenciones son situadas y trabajamos en territorios configurados según características sociohistóricas.

Pero si tomaré algunos ejes que me han guiado para pensar el rol de el/la psicólogx comunitarix como interlocutor dialógico, como aquel que no condensa el saber sino que intercambia, construye, desarma en el diálogo con otrxs la realidad misma para construir saberes nuevos sobre la vida y sobre el mismo padecimiento, construir con otrxs realidades que no alienen, no dominen ni generen malestar. Es decir, operar desde la salud es un enfoque pertinente al trabajo de un psicologx comuntiarix desde la Atención Primaria de la Salud. A la vez, mientras intervenimos desde salud y conocemos las problemáticas de la comunidad, nos vamos encontrando a nosotrxs mismxs en esos lugares, nos vamos transformando a partir de la experiencia, nos dejamos enseñar-acompañar por niñxs, adolescentes, adultxs lo cual hace que nuestros saberes teóricos se transformen en teorías situadas con el saber de varixs.

Algo que se produce en las covisiones, está en relación a la instrumentalización-apropiación de conceptos, es decir tomar los conceptos como salud, malestar, miedos, demanda y desarmarlos para comprenderlos en el campo y apropiados por nuestra propia subjetividad. Es importante pensar estas escenas con los conceptos aprehendidos, analizar los fracasos, los malestares propios y los de la comunidad.


¿Ud. es psicóloga? ¿Puedo hablar un minutito con Ud.? Sobre interlocutores válidos y demandas

A lo que vengo planteando en relación al rol, sumo una concepción que proviene de la Psicología Social y que hemos pensado juntas en el proceso de la covisión y es el rol de el/la psicologx comuntiarix como interlocutor/a válido/a. Esto no implica, que nosotrxs seamos interlocutorxs válidxs para las personas solamente, sino que lxs otrxs operan en nosotrxs como interlocutorxs también, es decir, nos alojan. Nuestra presencia genera un lugar en lxs otrxs, un lugar que suele alojar demandas diversas, institucionales, de acompañamiento, de curación, de escucha, de cuidado…


“¿Ud. es la psicóloga de la salita? Sabe que acá hay muchos problemas en la escuela, el otro día una chica parece que se estuvo cortando en el baño, lloraba, después no sabemos qué pasó porque llamaron a los padres y faltó unos días, volvió como si nada” (Ordenanza de la escuela).

“Me gustaría que ayudes a los chicos de aquí a salir de la droga, es muy feo porque acá muchos ya no van a la escuela, los expulsan o directamente los chicos ya no les ven sentido a ir y no van, porque de verdad qué tiene la escuela que ofrecerles a ellos” (Vecino de barrio de la zona norte).


Estas demandas que nos suponen un saber, en parte tienen que ver con el rol que la misma disciplina adjudica a la psicología, pero también a la disponibilidad del efector a poder estar en los lugares donde la gente transita, el trabajo en la clínica del psicologx en Primer Nivel de Atención debe conllevar un conocimiento de las características locales, demandas barriales, necesidades comunitarias que son expresadas por la gente ante la disponibilidad de quien acompaña e interviene en la comunidad. En estos casos, la función que he ido adoptando fue en parte la de articuladora de recursos, se va legitimando también en lxs otrxs que algo del quehacer de la psicología comunitaria tiene que ver con los vínculos, con el conocer los lugares, con el intervenir de un modo diferente a la de la consulta clínica individual.

La escucha y el diálogo como herramientas en nuestros bolsillos. Conectar con lo humano


No fue posible asistir a los espacios en los que trabajamos sin una concepción de nuestra especificidad, en donde la escucha ingresa como una herramienta fundamental de nuestro hacer. En este sentido, no podemos desvincularnos de nuestra formación clínica y estar pendiente de qué nos dicen las personas cuando nos hablan, cuando nos cuentan una situación familiar en el barrio, cuando nos cuentan sus padeceres y sus conflictos. No podemos estar ajenxs a la lectura de lo que acontece en los grupos, en las instituciones, a los emergentes que nos permiten intervenir en un nivel no manifiesto de las cosas.

Estas herramientas se complementan con la noción de estructura de demora que Ulloa (1995) define como la “capacidad para que la mirada advierta más allá de la significación inmediata de los acontecimientos”. En este sentido pensaba, qué similar a la concepción de problematizar que sostenemos desde la psicología comunitaria, de poder pensar más allá de lo que se nos aparece como dado en el centro de salud, en los procesos, en el discurso de las personas.

En el Consultorio Adolescente y en la Red Comunitaria de Zona Norte, particularmente las herramientas que tenemos a mano son el diálogo y la posibilidad de realizar una lectura más allá de los enunciados en el decir y hacer de las personas, hacer una lectura de los motivos de los cambios, las dinámicas institucionales, grupales, entre otras cuestiones es clave en nuestro hacer. En las covisiones, se trabajaron escenas de nuestra cotidianidad en el trabajo en donde surgían emergentes que muchas veces en el momento no podíamos leer.

La posibilidad de conectarse con las situaciones concretas de existencia, con la vida cotidiana de las personas desde salud nos posibilita un aprendizaje más amplio de la situación de salud y de vida de las personas. A modo de ejemplo, los encuentros realizados en un barrio de la zona norte con vecinxs y adolescentes, nos permitieron conocer algunas situaciones que estaban pasando en aquel momento (violencias, desempleo, problemas de salud, pérdidas familiares, duelos) y articular algunos recursos desde la red de zona norte, el consultorio adolescente o la consejería. Un efecto importante fue que uno de los referentes barriales empezó a participar activamente de las reuniones de red. Consideramos que estos acercamientos al barrio no dejan de constituirse en aproximaciones sucesivas a las realidades complejas de salud e implican mantener un vínculo con las personas.

Para concluir, considero necesario hacer una pausa en cuanto al pensar las demandas que se van a dar ante las presencias del equipo de salud en el barrio, ¿qué efectos tiene la presencia del equipo de salud en territorio? La “salida a la comunidad” implica repensar nuestro lugar allí y constituirnos como interlocutorxs, facilitadorxs de los recursos que actualmente tiene salud, comprendiendo que la incomodidad sentida en el transitar la calle es producto de pensar la misma vida cotidiana, con sus malestares y sus potencias. En las covisiones pensamos las intervenciones psicocomunitarias como la posibilidad de introducirse en un devenir y lo que nos ha permitido centrarnos en la tarea y coordinar con el equipo de salud objetivos que nos posibiliten encuentros con otrxs.


Biografía

Bernal, H (s/f). Sobre la teoría del vínculo en Enrique Pichón Riviere. Una sistematización del texto Teoría del Vínculo de Pichón. Disponible en: http://www.funlam.edu.co/uploads/facultadpsicologia/578481.pdf

Dobles Oropeza, I. (s.f). La dimensión ética en el trabajo con grupos y comunidades. Universidad de Costa Rica. San José de Costa Rica: [no publicado].

López Soto, A (2016). Evaluación Final de la Residencia de Psicología Comunitaria. Resignificando experiencias compartidas. [No publicado]

Montobbio, A (2013). Cuando la clínica desborda el consultorio. Salud mental y atención primaria con niños y adolescentes. Noveduc. Buenos Aires.

Pekarek, A y López Soto, A (2016) Dispositivo de covisión en intervenciones psico-comunitarias. [No publicado]

Ritterstein, P (s/f). Aprendizaje y vínculo. Una mirada sobre el aprendizaje: Enrique Pichón Riviere y Paulo Freire. Universidad de Buenos Aires. Disponible en: http://www.catedras.fsoc.uba.ar/ferraros/BD/pr%20aprendizaje%20y%20vinculo.pdf

Ulloa, F (1995) Novela Clínica Psicoanalítica. Buenos Aires, Paidós.







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