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La vulnerabilidad al otrx como condición de encuentro. Insistencia en los grupos de mujeres…

  • Estefanía di Pasquo
  • 18 oct 2017
  • 10 Min. de lectura

“ (...) la vulnerabilidad es condición para que el otro deje de ser simplemente un objeto de proyección de imágenes preestablecidas y pueda convertirse en una presencia viva, con la cual construimos nuestros territorios de existencia y los contornos cambiantes de nuestra subjetividad.”

(Guattari, F. y Rolnik, S. Micropolíticas. Cartografías del deseo)



En el siguiente escrito, se presentarán algunas reflexiones en torno al trabajo realizado como psicóloga comunitaria inserta en un Centro de Salud (CS) de la zona sur de la ciudad de Salta. Mi intervención aquí se enmarca, a su vez, en la Residencia de Psicología Comunitaria como residente de tercer año.




Desde mi trabajo en el CS he tenido la oportunidad de conocer distintos grupos de mujeres. Grupos con diferentes tipos de organización, conformación, identidad y edad, sin embargo, parece insistir una demanda: juntarse. Me interesa poder reflexionar sobre este hecho.

Si bien los espacios de intervención, al ser grupos diferentes de personas, se configuran de un modo también diferente, me detendré en las formas en las que nos acercamos ya que entiendo que no sólo se acercaron ellas a mí, sino que yo también realicé un movimiento de acercamiento, por lo tanto, se puede pensar en la intencionalidad en ambas partes de la relación.

Uno de los procesos en los que vengo trabajando desde marzo del año pasado, corresponde a un grupo de mujeres pertenecientes a uno de los barrios más alejados del CS. Luego de una actividad de “Feria de la Salud de la Mujer” que se organizó, por el día de la mujer, desde el CS en el merendero de ese barrio, se acercó una de ellas y me comentó que por un pedido del Área Social del Programa Argentina Trabaja, ellas (un grupo de mujeres) debían capacitarse sobre Violencia Intrafamiliar y Adicciones. A partir de esa primera demanda se configuró un encuentro en el que participé con la trabajadora social del CS; ese día acordamos, junto a las mujeres que integraban diferentes cooperativas de vivienda, coincidir en el merendero del barrio todos los miércoles a la mañana para, entre otras cosas, pensar sobre su barrio y sobre las principales problemáticas que ellas veían en él.

Si bien la demanda que ellas traían era la que “bajaba” del Área Social del Programa de Argentina Trabaja, les propusimos trabajar con la herramienta de Planificación Estratégica para identificar entre todas las problemáticas que, para ellas, era importante trabajar en su barrio y pensar modos de resolverlas. Así, los talleres se fueron reformulando y adaptando a las demandas que surgían. En varias oportunidades el proceso fue evaluado por el grupo, quienes repensaron las demandas y los talleres, por ejemplo, priorizando algunas temáticas por sobre otras.

De este modo, se conformó un grupo de mujeres y una nueva pertenencia “Tejedorxs de Caminos” que excedía (se sumaba) a su lugar como cooperativista y como integrantes de movimientos sociales.

Resulta importante remarcar que este grupo de mujeres participa desde hace muchos años de un Movimiento Social, por lo que han aportado muchas claves organizativas interesantes y bastante afianzadas al grupo. Es decir, el hecho de juntarse-organizarse lo ven como una potencia, como un recurso.

Por otro lado, desde la escuela técnica (secundaria) de la zona, surge otra demanda por juntarse, la cual en este caso fue leída por una de las psicopedagogas de la escuela secundaria. Luego de la lectura de la realidad comunitaria[1], me acerqué a hablar con ella para indagar qué problemáticas veía dentro de la escuela, ahí relata que muchas mujeres, de diferentes años, se habían acercado para pedir espacios “sólo para chicas”.[1] A fines de octubre del año 2016 se dio inicio a este nuevo espacio en el cual participaban (sin carácter obligatorio) mujeres de diferentes años de edad y de divisiones de la escuela. A su vez, desde el CS participamos una médica familiar, una nutricionista y yo como psicóloga comunitaria.

Cuando indagamos entre todas qué intereses tenían para trabajar aparecieron problemáticas ligadas a los roles de género y a la violencia (tanto de género como institucional – abusos de poder- y también entre compañeras). En este espacio, también aparece como recurso el poder juntarse, el poder compartir con otras lo que les pasa, lo que sienten, el poder conocerse como compañeras, en saber los nombres, en saludarse en los recreos, etc. Este proceso viene generando repercusiones interesantes dentro de la institución educativa, se han realizado intervenciones en algunos espacios comunes como en el kiosco y en el baño de mujeres, en los que las jóvenes pegaron carteles en los que aparecían sus sentires en torno a la violencia y a los modos que encontraban para evitarla.




Finalmente, en el mes de mayo, se acercó a sacar un turno para psicología una mujer de un barrio de reciente loteo y me preguntó:

“¿Puede ser que la haya visto a usted y a una señora rubia en la plaza del Bº X?” Le respondí que sí, que estábamos trabajando en ese barrio con un grupo de mujeres. “¿Y qué hacen?” Le resumí brevemente de que se venían tratando los encuentro y cómo habían surgido. “Yo las conozco a esas chicas, son compañeras mías, yo pertenezco al mismo movimiento social. En mi barrio nos juntamos con otras compañeras del movimiento en una mesa barrial y en el merendero (…) Estaría bueno que pudiera ir un día a dar una charla, porque hay muchos casos de violencia de género, algunas lo cuentan, otras no se animan. ¿Puede ir?” Le respondí que hablaría con las Tejedoras y les comentaría si entre todas podríamos armar algún taller. Esta intervención tiene como intencionalidad el visibilizar el recorrido de las Tejedoras en torno a la temática de la violencia de género, y a su vez es un modo de proponer un encuentro con otras mujeres, armar nuevas redes.

En esta misma línea, luego de la marcha del 3 de junio de “Ni una menos”, se acercaron al CS dos jóvenes de este mismo barrio, y me dijeron que me habían visto en la marcha y que sabían que yo trabajaba en la comunidad. Contaron que ellas tenían experiencia de haber trabajado y participado en un merendero con grupos de madres jóvenes y niñxs. También mencionaron que pertenecían a un movimiento barrial, que es conformado por mujeres (aproximadamente 20) que tenían alguna experiencia en participar de otros movimientos y que por algunas diferencias quisieron armar un movimiento “sin bandera política”. Ambas expresaron las ganas de que yo pueda acercarme y dar alguna charla sobre violencia de género porque ellas veían que hay muchos casos en su zona. En ese momento les comenté que se estaba planificando una actividad en su barrio y las invité a participar.


¿Qué se puede leer en esta intención por juntarse? ¿Por qué aparece como recurso? ¿Frente a qué otros modos de transitar las problemáticas que las aquejan se propone?


Me interesa pensar esta insistencia también en torno a la política, a los diferentes modos en los que, entiendo, puede presentarse la política en estos grupos de mujeres. Sobre todo, atendiendo a lo político de los cuerpos, a lo político que se vuelve el participar de espacios de discusión en torno a lo cotidiano, a sus vidas y sus malestares.

El pensarse como mujeres, el escuchar a otras mujeres y cuestionar sus modos de hacer, sus modos de vincularse se vuelve político también porque permite visibilizar las relaciones de poder que se sostienen y que se encarnan en modos desiguales de relacionarse. Teniendo en cuenta, a su vez, que somos mujeres insertas en una historia, en un continente y un país determinado y que el contexto también construye nuestros modos de ver la realidad, y por ende de construirla.

En este punto, pese a que los grupos en los que estoy participando son heterogéneos en cuanto a edad (adolescentes, mujeres jóvenes y adultas), inscripciones (educativas, cooperativas, barriales) y pertenencias, resulta interesante resaltar la insistencia en “juntarse”. Tanto en las “Tejedoras de camino”, como en las mujeres del nuevo loteo y en las jóvenes de la Escuela Técnica el pensarse principalmente con otras mujeres viene siendo un modo de dar respuesta a las problemáticas vinculados especialmente a la violencia de género y a los roles de género.

Este hecho me resulta interesante por varios motivos, el primero de ellos corresponde al lugar de lo colectivo como modo potente de alojar malestares. A continuación, se citan algunos dichos de diferentes mujeres.


“Yo cuando, por cuestiones de tener que organizar el tema de las cooperativas, no vengo por un par de encuentros ya siento que me falta algo. Me hace bien venir acá y charlar.” (Mujer 32 años, Tejedora de caminos)

“Nosotras nos juntamos en el merendero, y hablamos, pero no todas se animan a contar que sufren violencia” (Mujer 29 años)

“Quieren espacios que sean sólo de mujeres, porque dicen que la escuela tiene muchas actividades pensadas para los varones” (Mujer 29 años, Psicopedagoga Escuela Técnica)

“Uno de los mayores problemas del barrio es la violencia familiar y de género. Sería bueno poder compartir las cosas que se hacen en el barrio para que las mujeres se enteren y se puedan sumar, a los talleres que se hacen en la biblioteca por ejemplo” (Mujer 55 años)

En este sentido, creo que en el juntarse se establece no sólo un modo de sostén sino una potencia, una potencia que se da en el encuentro con otrxs (principalmente otras), y que podría implicar una transformación del lugar en el que se posicionan como mujeres.

En estos recorridos he ido tomando contacto con la dimensión de lo grupal que se da en estos territorios, con estas mujeres y es en relación a este punto que me interesa tomar a Ana María Fernández.

“(…) los pequeños grupos son considerados como espacios virtuales de producción colectiva, y por lo tanto portadores de un plus respecto de la producción individual” (1989:49)



¿Cómo se puede leer la participación de las mujeres en estos espacios?

Entiendo a la participación como una forma de posicionamiento frente a la realidad, si bien hay diversos modos en los que se presenta la participación, en estas mujeres parece que el juntarse enuncia un modo de posicionarse frente a lo que viven, a lo que otras viven.

Resulta interesante también remarcar la participación de muchas de estas mujeres en otros espacios, movimientos sociales, barriales y también en las marchas y movilizaciones que denuncian la violencia de género como una práctica a desterrar, como por ejemplo la marcha Ni una menos. No puedo tampoco pasar por alto mi condición de mujer, mujer que participa de los mismos encuentros, acompañada por otras mujeres y con múltiples pertenencias. Aquellas mujeres que se acercaron a buscarme porque me vieron marchando supieron leer un posicionamiento en ese estar, posicionamiento que compartimos. Encontrarme con algunas de las Tejedoras de Caminos en las marchas, por ejemplo, también armó otra pertenencia en común, otra trama que se enlaza a nuestro hacer juntas en el barrio.

Así, la participación en estos grupos de mujeres, este juntarse, con las diversas formas de implicarse en la misma, marca un posicionamiento político. Se vuelve un recurso para pensar junto a otras en los padeceres actuales, en las potencias de lo posible y en la producción sociohistórica de subjetividades que nos ha venido/viene construyendo como mujeres.

Entiendo también, que esta intención de juntarse, a su vez, se propone como estrategia que va a contramano de las lógicas de individuación propias del capitalismo actual. En este punto, me interesa retomar el concepto de cuerpo vibrátil acuñado por Suely Rolnik (2006) que hace referencia a la posibilidad de ser permeable al otrx, al dejarse afectar por otrx.

Este concepto remite a una capacidad de nuestros órganos sensoriales que

“(…) nos permite aprehender el mundo en su condición de campo de fuerzas que nos afectan y se hacen presentes en nuestro cuerpo bajo la forma de sensaciones (…) Con ella, el otro es una presencia viva hecha de una multiplicidad plástica de fuerzas que pulsan en nuestra textura sensible, tornándose así parte de nosotros mismos” (479)

“Una de las búsquedas que ha movido especialmente las prácticas artísticas es la de la superación de la anestesia de la vulnerabilidad al otro, propia de la política de subjetivación en curso. Es que la vulnerabilidad es condición para que el otro deje de ser simplemente un objeto de proyección de imágenes preestablecidas y pueda convertirse en una presencia viva, con la cual construimos nuestros territorios de existencia y los contornos cambiantes de nuestra subjetividad.” (479)

En este sentido, el habilitarse a la sensación, a las emociones, a la afectividad y a reconocer las afectaciones, que sería el registro que todo aquello genera en unx, es una condición de encuentro con la otredad. Volverse permeable, porosx, transformable, producidx y productor/a. Entiendo que, como psicóloga comunitaria y principalmente como trabajadora del Estado, es parte de mi rol el poder trabajar en este aspecto, ya que se vuelve, de algún modo, una estrategia para no volvernos impermeables a lxs otrxs y a nosotrxs mismxs.

Esta capacidad de volverse vulnerable parece estar presente también en estos encuentros, el escuchar lo que la otra tenga para decir, el poder sentir a la otra como una persona que padece, que siente, que puede potenciarse, es parte de esos encuentros.

En relación a mi quehacer, entiendo que como persona, como mujer y como efectora del Estado se vuelve necesario detenerme en este registro. Se vuelve necesario identificar los modos en los que me dejo afectar por lxs otrxs.

Quedan aún muchos interrogantes que se abren en torno a la pregunta inicial del por qué esta insistencia en las mujeres por juntarse ¿por qué son las mujeres la que realizan estas demandas? ¿Por qué las realizan al sector de salud pública? ¿Qué pasa con los hombres? ¿Qué lugares inventan para encontrarse, para pensarse? ¿Cuán habilitados están para permeabilizarse frente a otrxs?


Para finalizar me gustaría retomar algunas palabras de Omar Barrault (2008) en torno a nuestro modo de transitar por las comunidades, por los grupos… en nuestro encuentro con otrxs.

“El transitar por la comunidad se vuelve experiencia necesaria de vivencias y pensamientos. La desafectación progresiva, efecto de insensibilidad aprendida y tendencias cada vez más vigentes de distanciamiento social, requiere de un posicionamiento político. La exposición a vivencias que nos “despabilen”, nos interpelen, nos saquen del letargo -o tendencia a-, es decir, experiencias que “nos ponen en el lugar de” un extra, requieren de un plus, de un más allá, de un excedente no reglado, un exceso no previsto. En tiempos de deseo disminuido, desesperanza, de proyectos colectivos “amenazados”, cobra vigencia reconocer, identificar: * los puntos de fuga de un sistema que intenta confirmar, controlar todo; * y a la vez los nudos de expansión colectivos. Es decir que implica el reconocimiento de singularidades y no su negación. Que implica el establecimiento de relaciones alternativas (…)” (2008:4)




Bibliografía

  • Barrault, O. (2008). Atravesar lo comunitario. Una experiencia desde la psicología comunitaria. En III Foro de trabajo comunitario. Cátedra de estrategias de intervención comunitaria. Facultad de Psicología. UNC.

  • Guattari, F. y Rolnik, S. (2006) Micropolíticas. Cartografías del deseo. Editorial Tinta Limón. Buenos Aires.

  • Fernández, A.M. (1989) El campo grupal. Notas para una genealogía. Buenos Aires. Nueva Visión.



Notas

[1] Instancia de formación en la que se realiza una lectura sobre el área de responsabilidad correspondiente al CS.


 
 
 

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