¿Cómo te cuidás? Notas diversas en torno a las nociones de “cuidado” en salud sexual
- Lic. Ana Fayos - anitafayos@hotmail.com
- 21 may 2018
- 8 Min. de lectura

El siguiente artículo surge de mi participación, a lo largo de dos años, en una Consejería en Salud Sexual de la zona oeste alta de la ciudad de Salta, a partir de la cual he podido realizar algunas reflexiones y preguntas en proceso.
Haré hincapié en la palabra “cuidado”, ya que la misma es utilizada, tanto por los trabajadorxs de los servicios de salud, como por lxs usuarixs que concurren a dichos servicios, para hacer referencia al uso de métodos anticonceptivos y de protección.
(…) la noción nativa de cuidar(se) es útil para dar cuenta tanto de la singularidad como de la complejidad de los procesos asistenciales seguidos para evitar un embarazo, para romper con el esencialismo y la naturalización de las experiencias e identificar el conjunto de tensiones que las atraviesan. (…) permite mostrar los diversos modos a partir de los cuales las autonomía(s) sobre el cuerpo dependen de las relaciones que se construyen con otros, se sitúan en contextos concretos y ponen en tensión los modos de regulación sobre los cuerpos (Pérez Declerq, A., 2016, p 23).

Tanto en las consultas en el centro de salud como en talleres y conversaciones con jóvenes en el Colegio Secundario del barrio, aparecía, en numerosos relatos, la ausencia total de métodos anticonceptivos y de protección en las relaciones sexuales, sobre todo de preservativo.
Esto llamó mucho mi atención, y me llevó a preguntarme, por un lado, sobre los alcances e intervenciones de nuestra Consejería y, por otro lado, sobre las razones por las cuales no se utilizan los métodos y, en particular, el preservativo. Teniendo en cuenta, además, la fuerte presencia de aquella en el área de responsabilidad, así como en el Colegio de la misma, y la insistencia en la temática, trabajada de diferentes maneras y utilizando diferentes estrategias de acuerdo a las reflexiones y evaluaciones que fuimos haciendo como equipo de lo que iba surgiendo en las consultas y en los talleres.
Insistimos en el “cuidado” (las comillas son para resaltar una palabra que utilizamos a menudo en relación a la salud sexual). Hablamos de las enfermedades y la importancia de prevenirlas, y también de los embarazos no deseados pero, sobre todo, pensando en la posibilidad de elegir cómo cuidarse, de tomar decisiones en relación a la propia sexualidad y a la pareja, intentando ampliar los márgenes de posibilidad de estas elecciones y decisiones.
Esto no implica sólo dar información, sino que las consultas se vuelven verdaderas conversaciones entre formas diferentes de hacer, pensar y vivir la sexualidad. La apuesta es generar vínculos con quienes se acercan a consultar, pero también con los jóvenes en el colegio.
Cabe tener en cuenta que lo que transmitimos, decimos, hacemos, en dichas conversaciones, está siempre atravesado por nuestras pertenencias, lugares-roles, saberes, concepciones en relación al “cuidado”, la salud, la salud sexual.
Y está, asimismo, atravesado por la preocupación. Preocupación que, por un lado, surge del registro del otro, de un registro de su salud y, además, del deseo de aportar en la garantía de accesibilidad a dicha salud. La noción de cuidado está muy presente en nosotros desde la Consejería. Explicitamos la importancia del “cuidarse”, en relación a la utilización de los métodos, sobre todo del preservativo, porque consideramos que es lo mejor para ellos, porque sabemos de los riesgos de la salud a los que se expone una sexualidad sin esas protecciones, porque no queremos/deseamos que se enfermen, o que atraviesen embarazos que no eligieron, que no decidieron. Porque en esa insistencia en el “cuidarse”, desde nuestro lugar de adultos, de agentes de salud, y de salud pública, también queremos/deseamos cuidarlos.
¿No será que nos estamos olvidando de algunas cosas? ¿Cómo entendemos nosotrxs mismxs como equipo el cuidado? La insistencia en el cuidado como sinónimo de métodos anticonceptivos ¿No nos lleva a un margen peligroso que puede traducirse más en control que en cuidado? ¿Desde qué modelos estamos mirando y trabajando en nuestra consejería?
Si tomamos en cuenta los diferentes modelos y formas de abordaje que existen para trabajar con las sexualidades, no es posible afirmar que desde la consejería estemos ubicados en uno en particular. Sin embargo, pareciera que esta insistencia en la utilización de métodos, aunque para nosotrxs esté relacionada con la preocupación y el deseo-intención de cuidado hacia ellxs, tiene más que ver con un modelo de riesgos, y también con una actitud más paternalista.
Este modelo, también llamado modelo médico o preventivo, surge como una medida preventiva después de la II Guerra Mundial, debido a las enfermedades por las prácticas sexuales de riesgo (ITS y embarazos no deseados) y a los cambios provocados por la industrialización del siglo XX (la inmigración, separación de las familias, menos control de la iglesia y del cambio de las costumbres sociales-sexuales, entre otras). “La educación sexual aparece como una necesidad social para evitar los riesgos que la actividad sexual conlleva” (López, 2005b, p. 48).
(…) asocia, indirectamente, la sexualidad con la idea de peligro (…) (Fallas Vargas, M. A.; Artavia Aguilar, C.; Gamboa Jiménez, A., 2012, p 58).
Y, teniendo en cuenta que dicha preocupación es muy nuestra, que consideramos que esto es lo mejor para ellos y se los hacemos saber, de manera constante e insistente, ¿Podría pensarse, trayendo a colación algunas nociones foucaultianas, esta no utilización de métodos como una resistencia?
Pero ¿a qué resisten?

Quizás al mundo adulto, a nuestro mundo adulto, con nuestras consideraciones acerca de qué es lo mejor, lo que hay que hacer y lo que no, como si, parecido a figuras parentales (actitud paternalista), expusiéramos “sermones” en torno a la sexualidad. A nuestra insistencia en relación a esto.
Quizás a lineamientos preestablecidos de los programas de Salud Sexual y de Educación, que no se corresponden con su contexto, con sus nociones, sus saberes, sus deseos.
Quizás a la necesidad de regular sus cuerpos y sus deseos, y sus placeres, con mecanismos, intrusivos algunos, que tienen consecuencias visibles y sentibles en sus corporalidades y en su salud.
Podría pensarse que esta resistencia estaría relacionada a puntos de fuga, que desmantela un sistema de relaciones de poder que no está funcionando, en este caso, podría pensarse el de la medicalización de los cuerpos. Foucault (1988) propone la resistencia “(…) como un catalizador químico que permita poner en evidencia las relaciones de poder, ver dónde se inscriben, descubrir sus puntos de aplicación y los métodos que utilizan.” (p 5)
Considero que, porque esa resistencia está siendo, es necesario habilitarnos a pensar y pensarnos, ser capaces de preguntarnos acerca de esto. Y, teniendo en cuenta que la misma también tiene que ver con un proceso de creación, ir descubriendo, encontrando, creando con ellos, por un lado, el reconocimiento de eso a lo que están resistiendo y, por otro, cuáles son esos otros modos, pensares, sentires en relación a la sexualidad, a la salud, al “cuidarse”, a los deseos, los placeres y las formas de vivenciarlos.
¿Cómo pensar, entones, nuestro lugar desde salud pública incorporando el análisis de las múltiples dimensiones que atraviesan la vida? ¿qué indicadores pueden dar cuenta de nuestro proceso de trabajo junto a jóvenes?
Hay algo en torno al cuidado que estamos dejando de lado. Me arriesgo a afirmar que tiene que ver, por un lado, con que nos estamos olvidando del cuidado en su sentido más amplio. El conocimiento y cuidado de unx mismx y del propio cuerpo, la posibilidad de construir vínculos no violentos con lxs otrxs, la afectividad, el placer, el género (teniendo en cuenta que las mujeres han sido, a partir de una construcción socio histórica, las principales encargadas del cuidado, y lo siguen siendo en relación a los métodos anticonceptivos), etc. Hacemos demasiado foco en los métodos, en la protección, y aún con nuestras mejores intenciones, terminando sobrepasando la fina línea entre el cuidado y el control, entre brindar herramientas y asumir una posición paternalista.
Y el otro aspecto que considero que estamos dejando de lado, que va en la misma línea, tiene que ver con las inmensas diferencias y diversidades que existen en torno a la noción de cuidado y cómo esta se construye y configura en cada unx.
Ana Pérez Declerq (2016), plantea el “(...) cuidar(se) como proceso, compuesto por emociones, saberes, relaciones y experiencias, que está delimitado por la estructura político-social que conforma su contexto, y al mismo tiempo, la confronta, es un proceso contradictorio y complejo” (p. 40).
En general, asociamos el término cuidado a nuestras propias representaciones y saberes en torno a la salud sexual.
Y es a partir de dichas consideraciones, que parecen ubicar a la sexualidad como en un vínculo directo con el riesgo en los adolescentes, es que se configuran nuestras y otras intervenciones, tanto en los dispositivos escolares como en el consultorio de consejería. De allí que la mayoría de dichas intervenciones incluyen, como parte fundamental, información sobre cómo prevenir embarazos y enfermedades de transmisión sexual, sobre cómo “cuidarse”.
Retomando los aportes de Ana Pérez Declerq, ella se pregunta:
¿Cómo dialogan el saber científico incuestionable de la biomedicina con otros saberes? ¿Cómo se articulan los significados que los/as profesionales de la salud dan a las decisiones (no) reproductivas con los significados de la población sobre estas prácticas? ¿Qué particularidades presentan estos procesos asistenciales en tanto que la autonomía de las mujeres es promovida desde el sistema de salud? (2016, p.22)

Considero necesario, entonces, incluir las propias representaciones de las personas con las que trabajamos, sobre todo de lxs jóvenes, en torno al cuidado, que incluyen también las referidas a la salud.
Qué es para cada unx de ellxs, qué reflexiones hacen sobre el mismo, cuáles son sus modos de cuidado, los aprendidos, los construidos. Es decir, poder trabajar sobre esto tomando en cuenta cómo se construye y configura dicha noción en ellxs. Si tiene que ver con atravesamientos en relación a sus historias, al género, a sus configuraciones familiares, a sus edades, u otras múltiples razones.
Nos puede ayudar el ubicar nuestro trabajo en el modelo biográfico y profesional como otra forma de abordaje. Si bien ya tomamos algunos elementos del mismo, resulta fundamental poder profundizar en él e incorporarlo realmente a nuestro quehacer.
Desde esta perspectiva, la sexualidad como dimensión de la persona posee múltiples posibilidades: placer, comunicación, fecundidad, vínculos afectivos, caricias, entre otros. Su objetivo es promocionar la aceptación positiva de la identidad sexual y el aprendizaje de conocimientos y habilidades sobre las diversas posibilidades de la sexualidad en cada etapa evolutiva. Busca, además, brindar conocimiento científico, el aprendizaje de habilidades (para la toma de decisiones, comunicación, aprendizaje de habilidades sociales), adquisición de actitudes erotofílicas y tolerantes, así como la adquisición de una ética relacional básica (ética del conocimiento, del placer compartido, de la igualdad, de la lealtad, de la salud frente a los riesgos, etc.) que permita las relaciones interpersonales de calidad. (Fallas Vargas, M. A.; Artavia Aguilar, C.; Gamboa Jiménez, A., 2012, p 63).
Dicho modelo reconoce la existencia de diferentes biografías sexuales.
Se trata de lecturas posibles y necesarias de continuar siendo profundizadas. Sin embargo, lo que me interesa resaltar es, sobre todo, la idea de que trabajar sobre dichas nociones puede permitirnos una lectura más situada, sustentada en una relación dialógica con lxs jóvenes y adultxs con lxs que nos encontramos, sobre las razones y condiciones que llevan a embarazos no deseados o a contraer enfermedades de trasmisión sexual, y de esa manera, poder construir junto con ellxs nuevas formas de cuidado y de salud sexual, que incluyan las propias pero que también se acerquen a modos que no lxs expongan a aquellas situaciones inesperadas, muchas veces causantes de un gran malestar.
Bibliografía
Fallas, M. A., Artavia, C. y Gamboa, A. (2012). Educación sexual: Orientadores y orientadoras desde el modelo biográfico y profesional. Revista Electrónica Educare, 16 (Especial),53-71.
Foucault, M. (1988). El sujeto y el poder. En Revista Mexicana de Sociología, Vol. 50, No. 3. (Jul. - Sep., 1988), pp. 3-20. Universidad Nacional Autónoma de México.
Pérez Declerq, A. M. (2016). “Cuidarse”. Un estudio etnográfico sobre el proceso asistencial de las prácticas anticonceptivas en Salta, Argentina. Universitat de Barcelona.
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