Institución en tensión: Relato de una experiencia de rotación
- Lic. Ana Fayos - anitafayos@gmail.com
- 10 ene 2019
- 6 Min. de lectura

Azoteas de Barcelona, Picasso P., 1903
El siguiente escrito surge del proceso de Rotación Libre, enmarcada en el Programa de la Residencia de Psicología Comunitaria, realizado durante el período de tres meses (febrero-mayo), en la ciudad de Barcelona, en un centro de atención a jóvenes en relación a las sexualidades.
Reflexionar acerca de esta práctica implica un desafío, teniendo en cuenta que venía de un largo proceso en el que fui construyendo ciertas miradas y posicionamientos con respecto al rol, a las intervenciones, a lo comunitario.
Entonces me preguntaba cómo conocer e ir leyendo qué se entiende por lo comunitario y cómo se da en la institución en la que me estaba insertando, sin anteponer mi manera de hacer y de entender la psicología comunitaria, pero sabiendo, a su vez, que no somos tabula rasa y que estamos atravesadxs por eso que traemos y en lo que nos formamos.
La pregunta que atravesará este trabajo será, entonces, ¿cómo pensarnos como psicólogxs comunitarixs en otros lugares, instituciones, contextos, diferentes a los que venimos transitando?
Llegué a la institución con la mochila cargada de las experiencias en la Consejería del Centro de Salud en el que realicé todo mi proceso como residente, pero intentando dejarlas por un momento guardadas para empaparme del modo de hacer de ese lugar en el que me estaba insertando, para no anteponer mi mirada y mi propio modo de trabajar en aquel Centro de Salud, teniendo en cuenta que se trataba de otro contexto, de otro servicio, atravesado por otras particularidades, normativas, etc. Y que esos modos y características me preexistían.

Es por eso que mi rol fue primero el de observadora, no sólo de las consultas individuales en las que iba acompañando a las diferentes profesionales, sino también de todo lo que allí iba sucediendo: la dinámica, las lógicas, los discursos, las diferencias, las relaciones, etc.
Me fui encontrando con gran cantidad de jóvenes que llegaban a consultar a diario, leído en ese momento por mí, como algo digno de ser celebrado.
Sin embargo, empecé a ver que esta situación se repetía a lo largo de los días, y de las semanas. Y comencé, al mismo tiempo, a escuchar el cansancio de mis ahora compañeras de trabajo.
Y entonces entendí que lo que allí estaba sucediendo era que mis compañeras estaban sobrepasadas, y que por lo tanto faltaba personal para poder dar respuesta a la numerosa demanda que llegaba, que sí, era positiva, porque suponía la lectura de este como un espacio amigable y de confianza por parte de lxs jóvenes (cada vez más), pero no si el coste es la sobrecarga de quienes acogen dicha demanda.
Es así que me fui encontrando con las pequeñas grandes fisuras de la institución. Relaciones tensas. Propuestas sentidas como bajadas de línea. Dificultades y conflictos en la comunicación interna. Reuniones de equipo suspendidas por la ausencia de alguna profesional. Entre otras.
Mis juicios previos colisionaron con la realidad institucional.
Y empecé a preguntarme cómo leer dicho conflicto teniendo en cuenta que mi lugar era el de una psicóloga comunitaria inserta en dicha institución. ¿Me correspondía intervenir? ¿De qué manera? ¿Podía una intervención de alguien que está de paso por tres meses allí aportar algo ante un conflicto que se venía gestando desde hace ya varios años?
Ulloa (1969) plantea que
(…) un indicador frecuente de crisis institucional -aun cuando dicha crisis sea de crecimientoes el predominio de grupos naturales de contenido altamente emocional y de existencia no formal, es decir grupos que se reúnen “en tiempo libre” y con frecuencia fuera de la geografía institucional; y que además suelen estar integrados por miembros de status formal diferente, pero ligados emocionalmente. (p 7)
Esto es lo que se observaba. Las profesionales comenzaban a utilizar el espacio de almuerzo, o algunos pequeños espacios libres en los pasillos para hablar de lo que estaba ocurriendo y de lo que estaban sintiendo.
“Cuando hablamos del tema todas están de acuerdo en que las cosas no están bien, pero a la hora de plantearlo, nadie habla, y yo termino quedando como la loca.” (Trabajadora de la institución)
Empecé a considerar que parecía producirse una gran contradicción entre las lógicas que plantea la institución hacia afuera, para con lxs usuarixs, y la situación y lógicas internas.
La misma se plantea como un lugar flexible, que se adapta a los horarios y las necesidades de lxs jóvenes, y sin embargo hacia adentro parecía existir una marcada inflexibilidad o apertura a la escucha a las demandas de las profesionales.

Lo mismo en relación al cuidado. Se plantea la importancia de trabajar el mismo con lxs jóvenes, y de cuidar los espacios, pero poco se toma en cuenta el cuidado de quienes están a cargo de dicho trabajo.
Lo cierto es que mi presencia ahí había generado una suerte de oportunidad para expresar lo que no funcionaba.
Lo difícil para mí era no tomar una determinada postura ante este conflicto, aunque probablemente esta es una tarea imposible cuando en dicho conflicto hay una asimetría de base en las relaciones.
Pero, entonces, al menos, registrar esa postura, y ser consciente de que está operando en la lectura, para intentar no obturar la posibilidad de conocer las diferentes aristas de la situación.
No parecía haber una intensión despótica por parte de quien se encuentra en una jerarquía superior con respecto a las profesionales, sino más bien una marcada expectativa de que la institución pudiese llegar a cada vez más jóvenes, siendo cada vez más inclusiva en sus proyectos, a partir de las necesidades registradas por parte de aquellxs.
Las normativas vividas como exigencias estrictas parecían generar cierta clandestinidad interna en el trabajo de las profesionales, o al menos así era sentido por las mismas.
Se generó, entonces, en la institución, cierta lógica de funcionamiento que ahora parecía estar ¿naturalizada?
Ante este panorama tomé la decisión de adoptar una actitud filosófica, es decir, partir de la extrañeza y posicionarme desde la pregunta constante y, tal como dicha actitud supone, donde lo fundamental es la pregunta, más que la respuesta, decidí poner a jugar preguntas como forma de movilizar algo de toda aquella lógica que parecía estar cristalizada como modo de funcionar.
Consideraba que esta podía ser una forma de intervenir desde mi lugar de extranjera de paso.
Del mismo modo, la invitación a compartir en uno de los ateneos sobre de la Salud Sexual en Argentina, me dio la oportunidad de poner a jugar otros modos de hacer, el trabajo de la Consejería en la que participé por tres años, por ejemplo, poniendo énfasis en algunos aspectos que consideramos desde la misma como fundamentales para el trabajo en equipo, como las reuniones semanales, la relación con jefatura, etc., también como forma de devolver algunas de las cuestiones que habían llamado mi atención y que generaban conflictos internos.
Y tuve también la oportunidad de realizar una devolución crítica, acerca de mi proceso en la institución, lo observado, lo que consideraba que era necesario revisar, o posible de mejorar.

Todos estos aspectos atravesaron mis prácticas allí, produciendo numerosas afectaciones, malestares, incomodidades, pero también numerosos aprendizajes. La posibilidad de leer la crisis institucional que estaba siendo en ese momento. No existe un ideal de institución, y es mejor que así sea, ya que habla de los diferentes movimientos por los que transita cada una de ellas y percibirlos permite buscar nuevas formas de generar otros movimientos y fluctuaciones, y así en un camino constante de vueltas y transformaciones, de procesos.
Algunas reflexiones
La rotación libre supone un espacio de mucha riqueza para seguir explorando lo comunitario en nuevos ámbitos, en lugares diferentes a los que venimos transitando.
Favorece a realizar una lectura situada, pero también atravesada por las lecturas previas. Constituye un momento oportuno para resignificar las experiencias y reflexiones previas, pero al mismo tiempo, para conocer otros modos de hacer, otras concepciones acerca de lo comunitario, y dejarse empapar por eso más allá de las nuestras propias.
Mi paso por esta institución supuso incontables aprendizajes. Si bien ya contaba con la experiencia de la Consejería del Centro de Salud en el que desarrollé mi proceso como residente, en relación al trabajo en torno a la sexualidad, insertarme en un equipo diferente, con otros recursos (económicos y simbólicos), con otras formas de trabajo, constituyó un intercambio enriquecedor, y los aprendizajes fueron mutuos, ya que me habilitaron a compartir y poner a jugar dicha experiencia previa allí.
Si bien hay características comunes a la edad adolescente, y también al modo de significar socialmente a dicha edad, lxs jóvenes no son todxs iguales en todas partes y la sexualidad no es vivida de la misma manera. El contexto social, económico, las condiciones, el Estado, las leyes, son sólo algunos de los aspectos que atraviesan esas vivencias.
Es así que considero esta rotación como una puerta ¿final? Del proceso de residencia, que supone un “cierre” del mismo, pero que sin embargo abre a nuevas preguntas y reflexiones sobre nuestro rol en los diferentes escenarios en los que desarrollamos o podemos llegar a desarrollar nuestro trabajo como psicologxs comunitarixs.
Bibliografía
http://www.centrejove.org
Ulloa, F. (1969). PSICOLOGÍA DE LAS INSTITUCIONES. Una aproximación psicoanalítica.
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